Los pueblos indígenas de Vichada, Guainía, Vaupés y Amazonia, Colombia, tienen mucho en común con los de Venezuela, Roraima y Amazonia brasileña.
Por Rodrigo Alonso Daza Jiménez
Lo que en un lado se llama mañoco, en otro lado se llama fariña: la harina tostada y exprimida de yuca brava. Igual, el casabe es el mismo beiju, bejú o biju del lado brasileño: una especie de arepa grande, dura y delgada, hecha con la misma yuca. Ambos se preparan con las mismas herramientas tejidas en fibras naturales, solo varía el nombre. El ajisero, el pescado hervido con mucho picante de este lado, es un pariente de la damorida roraimense, que es lo mismo, solo que con otras carnes. Del mismo modo que nuestros departamentos más orientales, Roraima también se consideraba un “territorio”, una categoría distante y secundaria, hasta que los países mejoraron sus constituciones.
El pueblo afro, tan importante para Cali y el Valle, en toda esta área inmensa de llano y selva, es una minoría pequeña con poca visibilidad política. En Colombia llega como docentes o funcionarios públicos que vienen del Pacífico y el Caribe; en Roraima hablan inglés y vienen de Guyana, o hacen parte de una sorprendente inmigración hiatiana. De todos modos, representan un porcentaje diminuto.
Los migrantes venezolanos, en cambio, llegaron a Brasil por miles en las primeras oleadas y hoy apenas comienzan a asentarse. El gobierno de Jair Bolsonaro -un enemigo de los pueblos indígenas- le encargó a los militares la “Operación Acogida”, un intento de organizar la atención a la población migrante. Se ubicó a muchas familias en “abrigos”, campamentos o grandes superficies donde se les asistía y controlaba con reglas estrictas. Muchos se quedaron en la calle y el pueblo warao, indígena venezolano, se resistió a que se le desconocieran sus derechos culturales y luchó por espacios propios.
Conocí este estado brasileño gracias a los misioneros de la Consolata, que nos enviaron, a dos laicos, una sicóloga y yo, un comunicador social de la Pastoral Afro de Cali, a acompañar a su Equipo Itinerante que sirve a los migrantes. Trabajaba en especial en ayuda de emergencia; hoy día se necesita una atención más integral, que se integre a las redes de organizaciones sociales brasileñas, que ayude a defender los derechos de esa población en salud, educación, vivienda y, en especial, laborales y de acceso a la información.
La mayoría de la población roraimense recibió beneficios al abaratarse la mano de obra, como aconteció con la construcción. Muchos brasileños, igual que los colombianos, desconocen por completo la realidad de esos beneficios económicos y explota y hasta humilla de forma profunda a esta población. En Boa Vista, la capital de Roraima, se les llega a pagar la mitad o menos de lo que se le paga a un brasileño. ¿Sabemos cuánto se les paga en promedio en Cali, en Cúcuta? A eso se le añaden las dificultades en el transporte y el acceso a casi todos los servicios.
En Brasil, las ventajas de hablar portugués son evidentes: se consigue más rápido un empleo y se tienen más posibilidades de “interiorización”, el plan de las instituciones brasileñas para repartir la migración entre varios estados y evitar que se acumulara toda en Roraima. ¿Cuál ventaja puede comparársele en Colombia? La sociedad roraimense y otras en situaciones similares precisan iniciativas de comunicación que ayuden a la población local a entender el drama de esta población hermana. También para que cada migrante conozca mejor la oferta institucional y de iglesias y organizaciones sociales. Es todo un reto para la amazonia y la orinoquia: reinan la concentración de la tierra, la extracción de minerales poco controlada y hasta agresiva con el medio ambiente, se les añade un racismo duro, en especial contra el indígena. Se favorece un capitalismo severo y mentiroso, que considera sagrada la propiedad del hacendado y las empresas pero no la de los pueblos indígenas. En Boa Vista, la capital de Roraima, los medios de comunicación son pobres y escasos; los periodistas locales prefieren trabajar con organizaciones de fuera, ya que después de la pandemia ni siquiera quedaron periódicos impresos y el servicio de internet en general da lástima, si es que se logra tener. ¿No es lo mismo en la Colombia cercana a la selva?
Nuestra experiencia es muy importante para reconocer la cantidad de similitudes que tenemos entre estas regiones y el bioPacífico, la gran margen de selva de las costas occidentales de Panamá, Colombia y Ecuador. La Iglesia católica creó la REPAM, entre otras iniciativas, y mira ahora con más seriedad y cercanía los problemas de los pueblos amazónicos. Pero los más de mil pueblos indígenas de Brasil tendrán muchas más posibilidades de éxito si logran articularse con el pueblo afrobrasileño, el más grande en número y porcentaje en todo el continente. Cali y el Valle del Cauca pueden aprender de las experiencias sociales y eclesiales de la amazonia y la orinoquia, y aportar desde las riquezas afro e indígena del Pacífico, sin dejar de lado los logros del Caribe y las áreas andinas. Solo si construimos una lucha común y una voz unida, sorora y fraterna, lograremos reorientar la manía suicida que destruye la biodiversidad y la riqueza biológica y cultural, como el fuego entre la selva. Se atacan culturas que saben usar plantas y animales de formas que ni siquiera imaginamos. Está al alcance de la mano: todos nuestros pueblos quieren presentarle a Dios una tierra libre, próspera y llena de frutos de felicidad.
* Rodrigo Alonso Daza Jiménez, Comunicación de la Pastoral Afro Cali. Artículo publicado en La Voz Católica de Cali, Colombia.