
En plena celebración del Año Sacerdotal he querido mantener un dialogo cercano y fraterno con un amigo, un hombre de Dios, un ícono de la consolación, un compañero de camino. Un hombre llamado por Dios a la vocación cristiana y sacerdotal, pero un hombre que vive con intensidad su ser cristiano, eclesial y su ser sacerdotal, arde por la misión, este hombre es José Allamano, hoy conocido por toda la Iglesia como el Beato José Allamano, ya que vive en plenitud desde lo “ordinario” la locura por Jesús y su Reino, de manera “extraordinaria”.
Por Lisandro Rivas *
José, cuéntame algunos aspectos importantes que han marcado tu vida
Nací el 21 de enero de 1851, en un pueblo de ambiente campesino, mi mamá cuidaba de la casa y nos atendía a nosotros. Mis padres me llevaron a bautizar en seguida. No es que tuvieran miedo que me fuera a morir en seguida. Lo de bautizar a los niños el mismo día de nacer era una costumbre muy común en mis tiempos. Les doy las gracias a mis padres por haberme bautizado enseguida después de nacer, ellos tenían una fe muy grande. En la casa éramos cinco hermanos: una niña y cuatro varones. Yo era el cuarto. Mi papá se llamaba José, como yo, mi mamá Mariana. Mis hermanos eran: Juan, el mayor, Ursula, Natale y Octavio, el pequeño de la casa. Cuando tenía tres años murió mi papá. Casi no recuerdo ese día; pero, si, la cara de mi mamá. La pobre se quedó sola con la finca y nosotros. Con buena voluntad y confianza en Dios, nos sacó adelante a nosotros y a la finca. Y lo hizo bien. Ayudada, claro está, por los consejos de mi tío, el P. Juan, párroco de un pueblo al lado del nuestro. Mi mamá era hermana de un sacerdote a quien todo el mundo quería y estimaba mucho y que la Iglesia llegó a declarar santo: José Cafasso. Mi papá también tenía un hermano sacerdote, el padre Juan, amigo y compañero de estudios de mi tío, el padre José. Te cuento Lisandro, que Santo Domingo Sabio, Don Bosco, el Cardenal Guillermo Masaia, el gran misionero de Etiopia, en África, eran mis paisanos.
¿Mira José, te recuerdas algo de tu primera comunión y confirmación?
Pues chico, de la primera comunión pues no, ya que no se celebraba como la celebran hoy en día los niños y adolescentes, pero de lo que si me recuerdo y que marcó mi vida a los 7 años fue el día de mi confirmación, ya que vino un obispo con barba blanca, que había estado de misionero en la India. Una barba blanca… ¡Qué bonita! Eso me marcó.
¿Y cuándo decidiste ser sacerdote?
Cuando terminé el bachillerato tomé la decisión de ser sacerdote. Recuerdo los días en el seminario y lo recuerdo con mucho placer, ya que los pasé muy bien, era el ambiente que yo buscaba. Te cuento honestamente Lisandro, no me fue fácil dar el paso. Mis hermanos mayores querían que siguiera estudiando en la universidad, que fuera un gran profesional. Pero yo no acepté, porque me daba cuenta de que eso no era lo mío y tampoco lo que Dios me pedía. Recuerdo aun lo que les dije: “El Señor me llama hoy… no se si me llamará dentro de unos años”. Estudié mucho y me preparé para ser un buen sacerdote. Mira Lisandro, en el seminario nos insistían sobre tres puntos fundamentales: oración, estudio y disciplina. Es que no hay otra manera de llegar a ser hombre cabal y buen sacerdote. Fueron siete años de mucha oración y reflexión para descubrir lo que Dios quería de mí. Para ser sacerdote hay que prepararse bien: “de lo contrario es mejor no serlo”. ¿No te parece Lisandro? Claro que sí, y hoy aun más.
Te cuento que durante todos estos años me acompañó siempre el deseo profundo de prepararme bien y lo mejor posible para la misión del sacerdote. Y te digo Lisandro, “Para ser sacerdote no basta la buena voluntad, se necesita mucho más”. Así que, para mí, los siete años que pasé en el seminario fueron un periodo duro, pero muy positivo. Me hice hombre. Te cuento, que un momento difícil fue cuando murió mi mamá. Fíjate, me enteré de su muerte, cuando ella llevaba una semana bajo tierra. Fue un golpe muy duro. Además, nunca tuve una salud de hierro. Pero ¡bueno! Pude terminar mis estudios. Me ordené sacerdote el 20 de septiembre de 1873. ¡Que alegría la de mis hermanos, del pueblo y mía! Me dolió mucho que no estuviera presente mi mamá. Pero contamos con la presencia de mi tío, el P. Juan. José, muchas gracias, ¡qué camino humano y de fe que me has compartido!
Ahora quisiera que me hablaras un poco de tu humanidad y de tu santidad en este caminar, porque de estas dos dimensiones tus compañeros me han hablado mucho.

Lisandro, tú sabes, no es fácil hablar de estos dos aspectos relacionándolos a uno mismo, pero te compartiré algo de mi humanidad y mi llamada a ser santo:
Siempre lo he dicho y lo sostengo, Lisandro: “el sacerdote y aún más el sacerdote misionero es un hombre de la caridad”. Siempre he demostrado a todos mis sacerdotes el más profundo respeto, ya que, quien no estima en los otros la propia dignidad, no sabrá tampoco estimarla en si mismo. Siempre he ayudado a los sacerdotes más necesitados, y pedía a los demás compañeros hacer lo mismo, insistiéndoles que por sobre todas las cosas debemos fomentar y vivir la fraternidad sacerdotal. Mirando mi vida descubro serenidad y armonía. Estos dos valores de mi madurez humana me han habilitado para ser un hombre de acogida, amable y respetuoso, sin invadir el mundo de los otros y sabiendo hacer respetar los espacios personales, transformándonos en instrumento digno de confianza y confidencia. Siempre encontré tiempo para escuchar cariñosamente a quienes me buscan y orientarles con autoridad.
Desde muy joven y durante mis años en el seminario siempre seguí los consejos de mis formadores, quienes nos hablaban de la necesidad de ser santos. Santos de verdad, no para aparentar. Mi proyecto de ser santo siempre ha estado presente en mi vida, una santidad vivida y procurada desde lo cotidiano, por lo tanto, siempre digo, una santidad aquí y ahora, ya, hoy mismo y rápida. Ese reto de vivir la santidad lo he colocado en el abc de los misioneros y misioneras, cuando insistentemente les digo: ustedes deben ser “primero santos, luego misioneros”, claro no una santidad vivida y soñada en las nubes, no, me entiendes, sino una santidad desde lo cotidiano con un ojo en el Evangelio y con el otro en la realidad, para captar los interrogantes que los pobres formulan sin palabras pero que se esbozan en sus grandes necesidades cotidianas, en sus rostros sufridos y en su búsqueda de Dios. Te cuento que mi preocupación más grande es llegar a ser santo y santo en grado superlativo. Porque humano, santo. Porque santo, humano.
José, quisiera que me compartieras algo de tu ser Sacerdote Diocesano:
Mi sacerdocio siempre lo he vivido insertado en mi iglesia local de Turín, inmerso totalmente en el trabajo del Santuario de la Consolata y atendiendo la buena marcha del Convictorio eclesiástico. Desde el seminario mayor siempre sostuve y profundicé en lo siguiente: “que todo sacerdote por su naturaleza es misionero, la vocación sacerdotal y misionera no se distinguen esencialmente; lo único que se necesita es un gran amor a Dios y a las almas”. Siempre he cultivado en mí mismo la oración, la celebración de la liturgia, el cuidado de los espacios y objetos sagrados, el estudio, la reflexión, las clases que dictaba en el Convictorio y en el seminario, los ejercicios que acompañaba, las conferencias que preparaba y compartía con los diferentes grupos. Siempre he procurado mantenerme informado y actualizado en los campos de mi ministerio: pastoral, moral, comunicación, teología, liturgia, misión, etc.
Mi espiritualidad sacerdotal siempre la he enmarcado en la Eucaristía, María, especialmente bajo la advocación de Consolata, el tiempo litúrgico, los santos vivos y los ya canonizados, especialmente los vinculados con la misión y la misericordia, corriente heredada de mi tío José Cafasso, como también leyendo sus vidas, siguiendo sus huellas y proponiéndolos para la edificación de los otros.
Pastoralmente siempre he cuidado del Templo – Santuario y de la comunidad cristiana, ofreciéndole información (periódicos), formación y vida sacramental, además de acogida y apertura para la colaboración con las misiones (damas misioneras, etc.). Mi apoyo y colaboración con el P. Santiago me hace ser un servidor fiel, organizado y abierto al trabajo con otros sacerdotes, con laicos, con hombres y mujeres. Me he esforzado por ser constructor activo y creativo de la Iglesia Particular, mostrándome un sacerdote de confianza para los Obispos ya que me han confiado el clero joven, la orientación espiritual de los seminaristas, el acompañamiento de varias Congregaciones Religiosas femeninas, la casa de Ejercicios San Ignacio, las clases de moral, el Santuario y hasta la Fundación de las Misioneras de la Consolata (Pio X). Claro que mi proximidad a la Jerarquía no dejó de ser una cercanía crítica y libre. Sin arribismos ni complicidades. Son varios los momentos de confrontación sincera y verdadera con ellos.
Cuéntame: ¿Cómo has vivido tu Sacerdocio Misionero?
Mira chico, siempre he mirado y contemplado a los misioneros y a las misiones cada vez con mayor intensidad. He comprendido claramente que cada sacerdote es misionero y que la misión es la mejor realización de toda vocación sacerdotal. Claro que no pudiendo yo ser misionero, me explico, no pudiendo ir hasta el África, por mi débil salud, me he propuesto ayudar a tiempo y a destiempo a los que tienen vocación misionera, y siempre les he dicho que tenemos que “ser misioneros en la cabeza, en la boca y en el corazón”, esto está muy claro para mí, Lisandro. La misión nace en el corazón, es por ello que siempre mantengo en mi corazón ese deseo grande de que muchos puedan partir para las misiones y yo les sostengo y los acompaño desde este santuario de la Consolata.
Como sacerdote misionero me he sentido como esa alma en busca del amado, evocada por San Juan de la Cruz. Mi mirada se dirigía en donde era Rector, sabiendo que en el Santuario aún no se había apagado una cierta tradición misionera, desde allí habían sido enviados los primeros misioneros Oblatos de María Virgen. Otro elemento Lisandro, es que, en mi acompañamiento al clero joven, con frecuencia he encontrado sacerdotes y seminaristas, manifestándome el deseo grande de entregarse a las misiones y esto enciende cada día más mi ardor misionero; y por último mirando la realidad en que me encuentro, veo en mi diócesis de Turín abundante clero que no sabemos cómo ubicarlo en la diócesis, y todo esto, Lisandro, es una verdadera lástima, si se considera que el clero diocesano puede tener una misión más amplia.
Te digo algo; conozco muy bien a mis sacerdotes, y me doy cuenta que sobran muchos en mi diócesis del Piamonte, esta abundancia de vocaciones en mi diócesis toca profundamente mi corazón, especialmente porque existen muchas personas que hoy no conocen o no han oído hablar de Jesucristo en el África, América y en otros continentes.
He leído y reflexionado muy bien el camino misionero recorrido por el Cardenal Masaia en Etiopía, el cual no pude continuar por mi salud física. Todo esto hace parte de mis motivaciones para reunir a sacerdotes de mi diócesis y más allá de la misma, para que continúen esta gran labor misionera iniciada por mi amigo Masaia. ¿Me entiendes? Si José, todo está muy claro.

José, como sacerdote diocesano, eras corresponsable con la animación y formación de la Iglesia Católica al servicio del Reino de Dios
Te cuento Lisandro, que me dolía con movimientos internos de compasión, los pueblos africanos, especialmente los etíopes, y los pobres del mundo entero que no conocían a Jesucristo y vivían en bajos niveles de humanidad (inhumanamente) por diferentes causas. Si, mi acción era bien aterrizada en la Parroquia-Santuario de la Consolata y en la Iglesia Local de Turín, mi visión y preocupación siempre fue el mundo, la humanidad, a partir de los más pobres y distantes de la verdadera Consolación, Jesucristo. Por eso acogí el Carisma (don) de Fundador al cual le entregué lo mejor de mis energías físicas (aunque frágiles), intelectuales y espirituales, todo para los Misioneros y Misioneras de la Consolata. Para ellos soy Padre y formador de Misioneros y Misioneras para que, saliendo por el mundo, más allá de las propias fronteras, anuncien la Gloria de Dios entre los Pueblos, presentando y testimoniando el Evangelio y haciéndolo creíble mediante el cuidado y promoción de la vida en todas sus dimensiones.
José, agradezco tu tiempo. Ha sido una experiencia muy enriquecedora y me ha motivado mucho en mi vocación misionera sacerdotal. Ojalá que todo aquel que se acerque a ti pueda llenarse de ese mismo espíritu y pasión por la Iglesia, por su vocación en ella y por ser misionero como fruto de la llamada cristiana.
Que la experiencia compartida de tu sacerdocio misionero, ayude a que nuestros sacerdotes y especialmente los sacerdotes diocesanos, puedan vivir con ardor su sacerdocio y su compromiso en la construcción de comunidades evangelizadas y evangelizadoras. Y que nuestros laicos puedan siempre sentirse unidos en la oración con sus ministros, especialmente en este año sacerdotal y comprometidos con la causa misionera. Un gracias a Dios por el don que tú José eres para la Iglesia y que tu sacerdocio significa como fruto de amor por el Reino de Dios.
* Padre Lisandro Rivas, misionero de la Consolata, por ocasión del Año Sacerdotal, 2009 – 2010. Mons. Lisandro actualmente es Obispo Auxiliar en la Arquidiócesis de Caracas – Venezuela.