En el discurso realizado en la ordenación episcopal de los nuevos obispos auxiliares de Caracas, el 12 de marzo, el superior general de los misioneros de la Consolata, Padre Stefano Camerlengo, expresa su gratitud a Mons. Lisandro y Mons. Carlos Eduardo por decir “sí” a esta importante misión a servicio del pueblo de Dios de Caracas y Venezuela.
Por Comunicaciones Consolata América
Partiendo del lenguaje bíblico del término “bienaventurado”, padre Stefano Camerlengo IMC, recuerda que “viene de las bienaventuranzas de Jesús e indica una forma de vida, una manera de ser y de actuar”. Así, el término “bienaventurado” debería traducirse así: “¡en pie, en camino, en marcha, pobres, porque Dios camina y lucha con vosotros y es para vosotros garantía de felicidad y fuente de alegría eterna! Y este es el servicio al que están llamados: ¡ayudarnos a mantenernos en pie!”.
Expresa que “el episcopado, como todo ministerio en la Iglesia, no es un poder destinado a realzar la carrera de quien lo recibe, sino un servicio para el bien de todos, para el crecimiento de todos, para el camino de todos”.
Así, enumera una serie de “bienaventuranzas” como calidades y servicios que debe tener el obispo para dar testimonio y compartir su vida con el pueblo para la construcción del reino de Dios.
Lea el mensaje completo a seguir:
INSTITUTO MISIONES CONSOLATA
Caracas, 12 de marzo de 2022
“¡Bienaventurado sea el obispo!”
Queridas hermanas y hermanos, queridos todos.
Nos encontramos reunidos en torno a la mesa del Pan de Vida y la Palabra de Salvación para vivir un momento importante para toda nuestra Iglesia de Venezuela: dos de nuestros hermanos son ordenados obispos, Monseñor Carlos Eduardo y Monseñor Lisandro, misionero de la Consolata.
Saludo y agradezco a todos los presentes hoy aquí reunidos en la Santa Iglesia Parroquial San Juan Bosco Altamira y Carapita, a toda la representación del Pueblo de Dios que está en Caracas y en Venezuela, que ha venido a agradecer y alabar al Señor por el don de dos nuevos obispos auxiliares.
El episcopado, como todo ministerio en la Iglesia, no es un poder destinado a realzar la carrera de quien lo recibe, sino un servicio para el bien de todos, para el crecimiento de todos, para el camino de todos.
“¡Bienaventurado sea el obispo! ¡Bienaventurados sean los obispos!”
En el lenguaje bíblico el término “bienaventurado” no indica un genérico ser feliz, alegre, satisfecho, sino que dice algo más enérgico, más vital. La palabra bienaventurado viene de las bienaventuranzas de Jesús e indica una forma de vida, una manera de ser y de actuar. Según el Evangelio, el término “bienaventurado” debería traducirse así: ¡en pie, en camino, en marcha, pobres, porque Dios camina y lucha con vosotros y es para vosotros garantía de felicidad y fuente de alegría eterna! Y este es el servicio al que están llamados: ¡ayudarnos a mantenernos en pie!
Queridos, CARLOS EDUARDO y LISANDRO: ¡ayudadnos a ponernos en pie!
Hoy el Señor los invita a recorrer con decisión el camino de las Bienaventuranzas, a reescribir las Bienaventuranzas en el nuevo servicio que la Iglesia les confía: Bienaventurado el obispo que hace de la pobreza y del compartir su modo de vida, porque con su testimonio construye el reino de los cielos.
Bienaventurado el obispo que no teme mostrar un rostro surcado por las lágrimas, para que en ellas se reflejen los sufrimientos del pueblo, los trabajos de los sacerdotes, encontrando en el abrazo con los que sufren el consuelo de Dios.
Bienaventurado el obispo que considera su ministerio un servicio y no un poder, haciendo de la mansedumbre su fuerza, dando a cada uno el derecho de ciudadanía en su propio corazón, para habitar la tierra prometida a los mansos.
Bienaventurado el obispo que no se encierra en los palacios de gobierno, que no se convierte en un burócrata más atento a las estadísticas que a los rostros, a los procedimientos que a la historia, buscando luchar junto al hombre por el sueño de justicia de Dios porque el Señor, encontrado en el silencio de la oración diaria, será su alimento.
Bienaventurado el obispo que tiene corazón para la miseria del mundo, que no teme ensuciarse las manos con el barro del alma humana para encontrar el oro de Dios, que no se escandaliza por el pecado y la fragilidad de los demás porque es consciente de su propia miseria, porque la mirada del Crucificado resucitado será para él un sello de perdón infinito.
Bienaventurado el obispo que destierra el corazón doble, que evita toda dinámica ambigua, que sueña con el bien incluso en medio del mal, porque podrá alegrarse del rostro de Dios, descubriendo su reflejo en cada charco de la ciudad de los hombres.
Bienaventurado el obispo que trabaja por la paz, que acompaña caminos de reconciliación, que siembra en el corazón del presbiterio la semilla de la comunión, que acompaña a una sociedad dividida en el camino de la reconciliación, que toma de la mano a todo hombre y mujer de buena voluntad para construir la fraternidad: Dios lo reconocerá como hijo suyo.
Bienaventurado el obispo que por el Evangelio no teme ir contracorriente, «endureciendo el rostro» como lo hizo Cristo en su camino hacia Jerusalén (Lc 9,51), sin dejarse frenar por incomprensiones y obstáculos, porque sabe que el Reino de Dios avanza en la contradicción del mundo.
Bienaventurado sean, CARLOS EDUARDO y LISANDRO, porque respondiendo “sí” a la llamada de Cristo, que les llegó a través de la Iglesia, eligen hoy ser testigos de las Bienaventuranzas, poniéndose en marcha con el rebaño que se les ha confiado en el camino del Reino.
Padre CARLOS EDUARDO y Padre LISANDRO, en esta nueva vocación no se sientan solos; más bien encomiéndense con confianza a Aquel a quien han amado y seguido y que un día los impulsó a seguirle por el camino del sacerdocio. Y si alguien le pregunte por el programa de su episcopado, no duden y respondan con firmeza: el Evangelio.
La Iglesia de Caracas, la Iglesia de Venezuela, la Iglesia universal, nuestro Instituto está con ustedes en este momento tan importante y se llena de gratitud por el don que el Señor hace a través de ustedes.
Personalmente yo estoy lleno de gratitud, pero lo mismo puedo decir de todos los Misioneros de la Consolata, que hoy en todo el mundo, con oración y afecto, recuerdan a nuestro querido Padre Lisandro. Gracias a todos desde lo más profundo de mi corazón.
Quiero concluir con las palabras de nuestro Fundador, el Beato José Allamano: «¡Ánimo y adelante en el Señor!»
María, mujer de las bienaventuranzas, tú que junto a los apóstoles esperaste, invocaste y recibiste el don del Espíritu, ruega con nosotros por CARLOS EDUARDO y LISANDRO: que el Espíritu del Señor Resucitado los conserve en el entusiasmo de los primeros días, los proteja del miedo de no estar a la altura, los conserve en la alegría del don, los haga instrumentos de comunión y unidad para el presbiterio y para toda la Iglesia de Caracas.
Madre de los Apóstoles, que mantuviste encendida la luz de la esperanza en la hora de las tinieblas, susurra a estos hijos tuyos las audaces palabras del Evangelio y, cuando el desánimo, como le ocurre a todo discípulo, llame a su puerta y las tinieblas parezcan descender sobre su corazón, sácalos de la habitación de la soledad, y colócalos bajo tu manto para que en medio de la noche el destello de una estrella ilumine sus anillos episcopales y de su brillo nazcan nuevos amaneceres para todos, nuevas primaveras que generen vida y esperanza.
Así, con tu ayuda maternal, toda oscuridad se disipará, toda expectativa se cumplirá, toda noche verá su día, todo hombre sabrá que la Luz de tu Hijo es capaz de iluminarlo todo, de alumbrar toda noche, de colorear de vida cada momento.
María, Madre de la Iglesia, Madre de la Iglesia de CARACAS y VENEZUELA, ruega por nosotros. Amén.
Padre Stefano Camerlengo, IMC, Padre General