Estamos en la ciudad satélite, periferia de Boa Vista, capital de Roraima (Brasil), destino de 15 familias migrantes venezolanas que en enero de este año fueron desalojadas de la comunidad Ka Ubanoko en el terreno que habían ocupado en febrero de 2019.
Por Jaime C. Patias *
“Formamos parte de las 171 familias que vivían en la comunidad Ka Ubanoko. Cuando nos sacaron del terreno nos organizamos y vinimos a buscar un futuro mejor en el Bairro João de Barro. Al principio fuimos 11 familias, ahora somos 15 con al menos 30 niños”, explica Tania Fernández, una de las coordinadoras del grupo. Casada y con dos hijos, Tania es de Maturín, en el Departamento de Monagua, Venezuela, y lleva dos años en Boa Vista.
El padre Isaack Mdandile forma parte del Equipo Itinerante de los Misioneros de la Consolata que en Boa Vista sigue de cerca los migrantes fuera de los albergues, especialmente los que se han ido a la periferia o al interior, lejos de la ciudad, por el precio alto de los alquileres. En Roraima hay actualmente 16 (Abrigos) albergues construidos por la Operación Acogida, pero no hay más cupos ni condiciones decentes para todos. Muchos migrantes crítican este sistema de acogida, ya que no ven un futuro en el, y prefieren buscar otras alternativas a costa de sacrificios.
La experiencia de Ka Ubanoko
Tania Fernández formó parte de los cerca de 600 venezolanos que en Boa Vista, en febrero de 2019, dieron inicio a la comunidad Ka Ubanoko (dormitorio común en lengua warao). Según ella, lograron ahorrar lo que ganaban con algunos trabajos como la recogida de materiales reciclables, servicios varios, jornaleros y con la ayuda de emergencia del gobierno brasileño durante la pandemia de Covid-19. Con sus ahorros han hecho un antecipo por un terreno a 35 km del centro de Boa Vista, una propiedad que siguirán pagando en cuotas de 200 reales al mes, y eso es un buen negocio para alguien que tendría que pagar hasta 600 reales de alquiler cada mes.
“Esta mi trabajo como dirigente lo considero un trabajo comunitario, porque trato de llamar la atención de las Instituciones sobre los problemas de los venezolanos”, dice Tania con determinación. “Ante la precaria situación de algunas familias con problemas de salud, falta de alimentos y vivienda, aquí contamos con el apoyo de las organizaciones y tratamos de ayudarlas”. Tania es una mujer de fe. “No nos rendiremos. Tenemos que resistir con esperanza. Tenemos a Dios que está en primer lugar y pone en nuestro camino a mucha gente buena. A veces no tenemos comida y entonces aparece el Padre Isaack con algo, por ejemplo. Estamos convencidos de que Dios nunca nos abandona”, confiesa aliviada.
En el Barrio de João de Barro, algunas casas se están construyendo lentamente con ladrillos y cemento, madera, chapas y lonas. Gracias al proyecto “Orinoco” fue posible instalar tanques de agua con lavaderos, sanitarios y una fosa séptica ecológica. El agua se recoge en un arroyo cercano y la electricidad fue conectada con un largo cable. Persisten muchos problemas, como la falta de agua potable y los altos precios de los alimentos y el gas. La solución es buscar leña para cocinar.
Lejos del centro de la ciudad, hay falta de transporte para que los niños vayan a la escuela y no hay trabajo. No es fácil salir a la calle para ganarse la vida, recogiendo latas y materiales reciclables, vendiendo productos como hacían antes.
Las noticias de Venezuela no son buenas
Al hablar sobre la situación de Venezuela y las perspectivas de futuro, lamentan que desde hace tiempo sólo llegan malas noticias del país. Risamar Rondon, otra antigua residente de Ka Ubanoko, donde formaba parte del comité de limpieza, cuenta que las noticias son “sobre familiares enfermos, falta de alimentos y combustible, que estuvieron sin electricidad durante cuatro días, muertes de familiares y conocidos”. Todo es muy difícil allí. Aquí en Brasil queremos que nuestros hijos estudien para tener un futuro mejor”, dice, demostrando que viven para sus hijos. Muestra su casa aún en construcción. “Son tres habitaciones, un baño y una cocina. Faltan muchas cosas, pero sobre todo el techo”.
Preservar la memoria de Ka Ubanoko
Todos guardan un buen recuerdo de la comunidad que les sirvió de apoyo en sus primeros pasos como emigrantes en Brasil. Tania Fernández lamenta que las 171 familias no hayan quedado juntas en un nuevo terreno para continuar la experiencia. “La convivencia con los indígenas ha sido muy positiva. Hemos aprendido mucho sobre sus costumbres y su forma de ver la vida. La cultura indígena es muy buena. Son simpáticos y de buen corazón, les gusta compartir. No están apegados a las cosas materiales”, subraya. “Para recordar nuestra historia y lo que vivimos cuando llegamos a Boa Vista me gustaría llamar a este lugar Villa Ka Ubanoko”, revela.
Cómo nació Ka Ubanoko
Todo comenzó en febrero y marzo de 2019 cuando más de 600 venezolanos, entre ellos, 350 indígenas de las etnias warao y eñepa, y 250 no indígenas ocuparon un gran terreno abandonado por el antiguo Club de Trabajadores en el barrio de Pintolândia. Más tarde, también llegaron algunos indios pemon y kariña. Todos estaban fuera de los refugios, muchos en las calles y en las plazas del barrio, donde incluso nacieron algunos bebés.
Los Misioneros de la Consolata, a través del Equipo Itinerante en el que ya han trabajado 15 misioneros, han acompañado al grupo desde el principio y, junto con la Diócesis de Roraima, las instituciones y las ONG, han apoyado siempre a la comunidad.
La experiencia fue una alternativa a la política de albergues y demostró que los inmigrantes tienen capacidad de autogestión y desean autonomía para organizar su vida, a pesar de las dificultades. Después de un año y medio, en plena pandemia, la Operación Acogida en Boa Vista comunicó la orden de desalojo de la comunidad. Lograran resistir hasta enero de 2021, cuando se vieron obligados a salir. La razón que se aducía era que el Club de Servidores, propietario del terreno, quería rehabilitar el lugar para atender a jóvenes y adolescentes, pero hasta la fecha no han hecho absolutamente nada en el sitio.
Con la dispersión, algunas familias fueron para los albergues, pero la gran mayoría no aceptó esta propuesta. Algunas se fueron a otros estados, pero la mayoría se quedó en Boa Vista. Con los precios altos de los alquileres, la alternativa fue buscar terrenos en la periferia para volver a empezar, siempre inspirados en la experiencia de Ka Ubanoko.
Además de ese grupo de familias en el João de Barro, encontramos otros grupos en los barrios Pérola, Hélio Campos, Alvorada y Pintolândia. Los indígenas Warao y algunos Eñepa, con la ayuda de organizaciones compraron un terreno a 40 km de Boa Vista en la localidad de Cantá. Ellos se opusieron al sistema de albergues: “No queremos ser tutelados ni obligados a vivir en condiciones de subordinación”. Allí están construyendo sus casas y organizando una nueva comunidad lejos de la ciudad.
* Padre Jaime C. Patias, IMC, es Consejero General para América.