El papa Francisco declaró el inicio de un año dedicado a San José, con motivo del 150 aniversario de su declaración como Patrono de la Iglesia Universal. Por estar en el “año josefino”, comparto mi reflexión sobre San José, el de Nazaret.
Por Salvador Medina *
Por llamarme José Salvador, me siento implicado con la propuesta del Papa Francisco a buscar inspiración y protección en José, en este tiempo pandémico y de cuidado, cuando esperamos todos, científicos, políticos, educadores, empresarios, industriales, trabajadores, líderes socio-espirituales, padres y madres de familia, niños, jóvenes y adultos, salir triunfantes, al menos vivos, de este enfrentamiento con ese pequeño enemigo invisible y mortal, llamado Covid y apellidado 19.
Este irrumpe en el 2019 y que ya está en su tercer año de agresión a la orgullosa y frágil humanidad, derrumbar las trancas del confinamiento social, recrear de manera integral las relaciones ecológicas y reactivar las economías al servicio de toda la “comunidad de la vida”.
El año josefino inició el 8 de diciembre de 2020 y terminará el mismo día de 2021. El José presente en mi vida ha sido bíblico, carismático (en la Familia Misionera de la Consolata) y social:
- José, el hijo de Jacob (hermano y administrador);
- José, de la Familia de Nazaret (esposo, padre y trabajador);
- José, apodado Bernabé (misionero ad gentes, “apto para consolar”);
- José de Arimatea (discípulo y bienhechor de Jesús, en el anonimato);
- José Allamano, sobrino de José Cafasso (padre, fundador y formador);
- José Comblin (teólogo, profesor y pastor); José(s) de la sociedad, que he conocido en diversas latitudes.
San José, esposo, padre y ciudadano
En una sociedad de huérfanos, no todos tenemos experiencia de “padre”, unos porque no lo han tenido y otros porque no la han asumido. Personalmente agradezco a mi padre Camilo sus 57 años de esposo, padre y trabajador, custodio fiel de la familia, junto a mi madre Ester, con sus defectos y limitaciones, tan humano, también en sus pecados, que ni lo podría comparar con San José; pero, en todo caso, siempre pater, en latín, jefe de familia, protector, defensor, tal como lo explica el psiquiatra Robert Neuburger (1995), estudioso y terapeuta familiar: “la palabra padre, etimológicamente, tiene dos partes: Ata y Fader. Ata hace referencia al padre familiar, mientras que Fader se refiere al padre eterno, la ley, el jefe”.
Esto nos indica que, en la misma figura, dentro de la institución familia, se mezclan la cercanía (cariño) del papá y la distancia (autoridad) del padre: cariño y autoridad.
Hombre bueno y justo (Mt 1,19)
Alguien que se inspira en la vida de San José, la estudia y comunica, como el teólogo Latinoamericano Leonardo Boff (cfr. “San José Padre de Jesús en una sociedad sin padre” Sal Terrae), recepciona y reflexiona, sintéticamente, el mensaje del Papa Francisco así: “… fue un esposo, un padre, un artesano y un educador que inició a su hijo Jesús en la piedad y en las tradiciones religiosas de su pueblo.
Las virtudes citadas por el Papa Francisco en su Patris amore son las virtudes naturales de quien vive una vida como la vivió san José: el ser un padre amable, tierno, obediente, acogedor, de un coraje creativo, trabajador y vivir en la sombra, es decir, en el anonimato común de la mayoría de las personas. Son valores transculturales.
San José lo vivió en su cultura hebraica, nosotros, en otro tiempo, damos a estas virtudes fundamentales las características de nuestra época. Cambian los tiempos, pero no cambian las actitudes fundamentales. Por eso san José puede ser presentado como referencia de un padre y de una familia bien integrada.
El gran poeta Paul Claudel tenía una especial admiración por el silencio de san José. En una carta de 1934 a un amigo escribió: “El silencio es el padre de la Palabra. Allí en Nazaret hay solamente tres personas muy pobres que sencillamente se aman. Son aquellos que van a cambiar el rostro de la Tierra”.
Custodio de la “casa común”
El mismo Papa Francisco, en el Mensaje para la 54 Jornada Mundial de la Paz – 2021, en este contexto de pandemia global, causada por la COVID 19 y sus graves consecuencias, nos inspira para meditar en el “custodio” de la familia de Nazaret, y acogerlo como patrono o protector de nuestro espiritualidad de discípulos del Señor Jesús y de nuestro actuar como enviados, misioneros, en la vivencia y aplicación de una “ecología integral”:
“En muchas tradiciones religiosas, hay narraciones que se refieren al origen del hombre, a su relación con el Creador, con la naturaleza y con sus semejantes. En la Biblia, el Libro del Génesis revela, desde el principio, la importancia del cuidado o de la custodia en el proyecto de Dios por la humanidad, poniendo en evidencia la relación entre el hombre (’adam) y la tierra (’adamah), y entre los hermanos. En el relato bíblico de la creación, Dios confía el jardín “plantado en el Edén” (cf. Gn 2,8) a las manos de Adán con la tarea de “cultivarlo y cuidarlo” (cf. Gn 2,15). Esto significa, por un lado, hacer que la tierra sea productiva y, por otro, protegerla y hacer que mantenga su capacidad para sostener la vida. Los verbos “cultivar” y “cuidar” describen la relación de Adán con su casa-jardín e indican también la confianza que Dios deposita en él al constituirlo señor y guardián de toda la creación”.
* P. Salvador Medina, imc, es misionero en Colombia
Lea aquí la CARTA APOSTÓLICA PATRIS CORDE, DEL SANTO PADRE FRANCISCO CON MOTIVO DEL 150.° ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN DE SAN JOSÉ COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL