María ministra, servidora de la consolación

La humanidad y con ella toda la creación avanzan en el tiempo, por todas partes, entre la cruda realidad de la aflicción, el dolor, el sufrimiento y la muerte, y la sobria embriaguez de la fiesta, alegría de la gozosa celebración.

Por Salvador Medina *

Mujer fiel entre paradojas misteriosas

María, la joven mujer de Nazaret, es presentada en la Biblia como icono, siempre actual, de esa paradoja existencial, que revela y esconde los misterios de la vida: entre la sorpresa alegre del mensajero celestial y la difícil explicación a su prometido José; entre el permanecer orante, silenciosa, contemplativa y el apurarse a salir para compartir la buena nueva y cantar su alegría en las montañas, con su prima Isabel; entre el participar discretamente en la Boda de Caná y arriesgarse a la confrontación de su Hijo ante la carencia de vino; entre sufrir inerme el momento del calvario o asumir, de pie, la misión del Hijo, junto con los discípulos que lo amaban.

En todos estos momentos y otros más, ella aparece como consoladora, nunca protagonista importante, siempre discípula del Hijo y compañera de los discípulos, ministra, servidora humilde y creyente.

Ministra atenta en la fiesta de la vida

Había unas bodas en Caná de Galilea, nos cuanta Juan en su Evangelio (2,1-12) y allí estaba la madre de Jesús. Su presencia, como madre, sin otro título ni rango, hace parte de la fiesta de la vida, no necesita ser invitada, le es natural.

La madre de Jesús “estaba allí”, como parte del pueblo, de ese resto fiel que, junto con Simeón y Ana, esperaba la “consolación – liberación” de Israel. No era una invitada a las bodas, como sí lo eran Jesús y sus discípulos.

La espera de la “madre de Jesús”, no era pasiva ni, mucho menos, distraída. Su SÍ decidido a la hora de la Anunciación, la comprometía, integral y totalmente con el Emmanuel (Dios con nosotros), en su vientre, en la cuna, el camino, el calvario y en el camino de la resurrección. No nos extraña, pues, que esté ahí, con su sabiduría pedagógica, responsable y atenta al desarrollo de la fiesta de la vida, inaugurada, simbólicamente, con una boda entre el Dios de la vida y la humanidad, por medio de su Hijo, “enviado”, misionero revelador de la “nueva alianza”, a través de “signos” tomados de realidades ordinarías, plenamente humanas y culturales, como lo es una boda, en este caso.

Ella, estando allí, pone en movimiento a Jesús, a los servidores o ministros (diáconos) de la boda, a los jefes o maestresalas, a los comensales y a los discípulos. Todo corresponsables de hacer de la vida una fiesta continua, siempre sabrosa y disfrutada, pero no sin carencias o necesidades que deban ser suplidas oportuna o preventivamente.

Participante intuitiva: ¡No tienen vino!

Estar ahí, a la hora y en el lugar oportuno, en la frontera del tiempo que pasa y el que viene, entre aquello que muere y lo que nace, es la más clara manifestación del valor de la presencia, activa y pedagógica, que acompaña, que anima, que aviva la esperanza. Presencia inteligente, capaz de percibir la necesidad o la carencia y la posibilidad de solucionarla anticipadamente, aunque haya que acelerar los tiempos, con tal de no arriesgar la fiesta.

Falta el vino cuando las personas están cansadas, aburridas o deprimidas, cuando viven sin sentido; cuando las familias enfrentan sus crisis y se rompen; cuando las comunidades se individualizan y dividen; cuando los pueblos en lugar de dialogar se enfrentan en guerras fratricidas; cuando la rabia, el odio y el rencor engendran la venganza en el corazón humano y viene la retaliación; cuando el egoísmo, el poder y la posesión acaparan abusivamente bienes y recursos, matando la solidaridad y alimentando la corrupción, la injusticia y la impunidad. Situaciones todas que deben ser evidenciadas y expuestas a la verdad pública para que se active la pedagogía del cuidado y se pueda encontrar la solución.

La denuncia de la carencia, el abuso o la necesidad, por el motivo que sea, no exime de la búsqueda de la solución. La “madre de Jesús”, que bien conoce al hijo, reconoce en Él la posibilidad de la solución, intercede confiada y, segura, anticipa las condiciones, completando así el ministerio de la consolación, cuando indica u orienta hacia el verdadero Consolador, el que resuelve.

Él hará su parte, ustedes “hagan lo que Él les diga”

Para la “madre de Jesús” el tiempo antiguo ha llegado a su fin, la antigua alianza ha caducado. El Emmanuel prometido y esperado está en medio de la fiesta, una nueva alianza se está sellando con un vino de mejor calidad y sin reparar la cantidad. Las antiguas tinajas de la purificación judía están vacías. Llénenlas, ordena el esperado e incógnito Mesías.

Se movilizan los servidores, diáconos de la fiesta de la vida y, concluye el Consolador: llévenle al jefe, al mayordomo de la fiesta, para que vea la abundancia, pruebe y apruebe la bondad, la calidad y la oportunidad del nuevo vino.

Este vino, después de catarlo, dice el jefe, es mejor que el anterior, reservado para el momento. Abundante, gratuito y suficiente para que la fiesta pueda continuar. Le cuenta al Novio el origen del nuevo vino, tal como se lo habían revelado los humildes y obedientes sirvientes, testigos de la transformación. ¡Brindemos todos, parece decir el Novio, y que continúe la fiesta de la vida, con alegría!

Conclusión

La consolación es necesaria no solo en las situaciones frágiles y dolorosas, donde amenaza la muerte, sino también allí en donde el amor celebra su fiesta. En cada caso tiene su pedagogía y su función: a veces seca lágrimas y otras, llena copas de vino.

Las situaciones de carencia se encuentran en todos los tiempos y lugares, en todas las realidades y circunstancias. La mujer – madre siempre estará allí y si es la madre de Jesús, tanto mejor, pues ante ella, hasta el mismo Mesías anticipa su “hora”. Celebra su Eucaristía, suscitando la obediencia de los servidores, la alegría de los invitados y la fe de sus discípulos, que “creyeron en Él”.

Este fue el “signo” inaugural de la nueva relación de Dios con la humanidad. ¡Qué consolación!

* Padre Salvador Medina, IMC, es animador misionero en la región Colombia