Acerca de la situación que vive nuestros pueblos en el Vicariato Apostólico de Puerto Leguízamo-Solano, que tiene territorio en tres departamentos colombianos (Putumayo, Caquetá y Amazonas) y está en la triple frontera entre Colombia, Ecuador y Perú.
Por Joaquín Pinzón *
Iniciando la propagación del COVID 19 en Colombia, recibí una llamada de una persona que me dijo: “creo que en esas lejanías donde tu vives ni el COVID llegara”. Una afirmación cruda, que golpea fuerte el oído, pero en parte con mucha razón. Digo en parte con mucha razón, pues desafortunadamente la Pandemia si llegó a estas lejanías, lo que no ha llegado es la asistencia que debía garantizar un estado de derecho como se autodenomina el nuestro.
Durante los primeros meses de pandemia como en todo el país vivimos la cuarentena con relativa responsabilidad. Lo que talvez no supimos fue aprovechar ese tiempo para prepararnos con miras a una eventualidad como la que estamos viviendo en este momento. Sin duda las autoridades locales y todas las personas en general estábamos pensando que en estas lejanías sería difícil que llegara la pandemia tal como lo afirmaba la persona que me llamó.
Leguizamo es un municipio región, en donde encuentran un punto de convergencia las comunidades el sur del Putumayo, del sur del Caquetá y del norte del Amazonas, de igual manera algunas de las comunidades que habitan la frontera del Perú y del Ecuador. Por esta razón, los servicios de salud se brindan en esta cabecera para muchas personas. No obstante, dicha realidad, contamos con un hospital de primer nivel con pocas posibilidades de ofrecer un servicio adecuado, aun sabiendo que los otros centros con mejores posibilidades se encuentran muy distantes. Cualquier situación que requiera de una atención con mayor complejidad necesariamente se debe remitir, casi siempre a Puerto Asís en una lancha ambulancia a donde se llega después de poco más de 6 horas de recorrido fluvial. En algunos casos, cuando la situación es de mayor gravedad y el sistema sanitario lo permite, se hace la evacuación a través de la avioneta ambulancia, hacia Neiva u otro lugar con mayores posibilidades. Este panorama asustaba y hacía pensar lo peor en caso de tener que afrontar una crisis sanitaria. Algunas personas manifestaban: “¿Qué será de nosotros cuando nos llegue este flagelo?
Desde la administración municipal se afirma que se han hecho algunas solicitudes a las autoridades tanto departamentales como nacionales. El pasado 8 de mayo, los obispos de la frontera, de los vicariatos de San José del Amazonas (Perú) y de Puerto Leguizamo Solano (Colombia), escribimos una carta a través de las respectivas nunciaturas apostólicas a las dos cancillerías solicitando la adecuación de los hospitales de la frontera, con el fin de poder ofrecer la atención que requieran las personas que habitan en este territorio amazónico y fronterizo. Desafortunadamente no han tenido eco las diferentes solicitudes. Seguimos constatando la triste realidad de vivir en un territorio estratégico, pero sin ningún interés para las autoridades tanto departamentales como del orden nacional.
Al iniciar el mes de julio, la situación cambio para este llamado “jardín exótico del universo”. La pandemia, paso de ser una realidad que veíamos por televisión, a una realidad muy cercana, con rostros propios y nombres concretos. El miedo nos hace temer lo peor. Hoy 27 de julio, según el Instituto Nacional de Salud tenemos en Leguizamo 79 contagios y tres fallecidos. Esto es lo que dicen los datos oficiales ya que en estas lejanías tampoco todos caben en los datos oficiales. En lo que va corrido del mes han muerto más de 30 personas, en su gran mayoría adultos mayores. Se nos están muriendo los ancianos, tal vez no todos por el COVID -19, pero que coincidencia, justo en estos tiempos de pandemia como nunca mueren muchas personas. Los datos serán más dramáticos cuando lleguemos a saber a ciencia cierta la magnitud de la tragedia, o tal vez nunca lo sabremos pues en esta tierra del olvido las cosas se viven así.
Hace dos semanas vimos al Señor alcalde Rubén Velázquez, lanzando un S.O.S. a través de la televisión. Después lo oímos por la emisora y la situación no podía ser menos alentadora, el hospital María Angelines está colapsado, de los ocho médicos presentes, cuatro estaban en cuarentena y los otros cuatro extenuados por todo el trabajo, pero sobre todo por la precariedad con la que deben prestar su servicio. Ante tal panorama, la decisión de las personas es no acudir a los servicios sanitarios sino resistir desde sus casas con medicinas tradicionales y caseras. Ayer una persona que estuvo de paso por aquí, me decía: “cuídese y si se enferma no vaya al hospital, pues allí las condiciones son difíciles, es mejor que se ponga a tomar los remedios caseros, por lo menos si muere, está acompañado”. Son palabras desgarradoras, y no se trata solo de la expresión de una persona, es la mentalidad que está manejando nuestra gente ante tanta dificultad, pues en este momento a estas lejanías no solo llego el COVID-19, sino que tenemos una fuerte virosis, un brote de dengue sin precedentes y a esto sumado el hambre que genera la inactividad de la gran mayoría de familias que viven del rebusque.
Ante esta dura realidad, es motivo de fortaleza, la confianza en Dios que manifiestan las personas y la resiliencia para afrontar con audacia y creatividad la enfermedad con medios precarios. Por otra parte, preocupa la filosofía con la que la gente toma la situación queriendo vivir como si nada estuviese sucediendo. No obstante, nos acogemos a la sabiduría de nuestra gente reconociendo que lo único que nos queda es ponernos en las manos de Dios y resistir haciéndole frente a esta problemática con lo poco que se cuenta en estas tierras del olvido. una vez más hacemos un llamado a quienes tienen la responsabilidad de garantizar el derecho de la salud, no sean indiferentes, no nos dejen solos contemplando la muerte de nuestra gente.
* Mons. Joaquín Humberto Pinzón G., imc, es obispo del Vicariato de Puerto Leguízamo-Solano