La consolación en la misión ad gentes

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Como Misioneros/as de la Consolata nos corresponde pensar (estudiar), orar y reflexionar, vivir y realizar la misión ad gentes en y desde la clave Consolata.

Salvador Medina*

Misioneros de la Consolata

Dos Institutos fundados por San José Allamano en Turín Italia para la misión ad gentes, siendo él sacerdote diocesano, Rector del Santuario de la Consolata y encargado del convitto” o residencia eclesiástica en donde los sacerdotes recién ordenados podían seguir su preparación para “aprender a ser sacerdotes”, una vez finalizaban sus estudios académicos.

En ese contexto pastoral (santuario), espiritual (Consolata) y formativo (residencia) se gestó una organización para abrir la Iglesia Particular de Turín a la catolicidad, facilitar a los Presbíteros diocesanos realizar su ministerio más allá de las estrechas fronteras diocesanas, responder al llamado de solidaridad que venía desde los pueblos africanos, especialmente desde Kaffa, antigua provincia del sudoeste de Etiopía, misión del Cardenal Guillermo Massaia, considerado en la historiografía misionera como el mayor evangelizador del siglo XIX.

Esa organización (Instituto) terminó definida jurídicamente como “una familia de consagrados para la misión “ad gentes” por toda la vida, en la comunión fraterna, en la profesión de los consejos evangélicos, y teniendo a María como modelo y guía” (Constituciones IMC, n. 4).

Consolata

Nuestra Señora de la Amazonía

Nombre femenino aplicado a María de Nazaret, madre del Señor Jesús, mujer consolada por el Dios de la vida al escogerla para la misión maternal de gestar y dar a luz al Emmanuel (Dios con nosotros). Haciendo parte el sustantivo consolata del verbo transitivo italiano consolare, conjugado al participio pasado femenino como consolata, en castellano consolada, viene a ser no solo consolada sino también y al mismo tiempo consoladora. María es pues la consolada que, por eso mismo, se torna consoladora, “modelo y guía” para los Misioneros de la Consolata, enviados a la misión “ad gentes”.

Misión Ad gentes

La misión del Padre de la vida de gestar (engendrar y ayudar a nacer) la vida en todas sus manifestaciones, cuidarla, defenderla y promoverla, fue confiada al Hijo enviado (misionero) “para que todos tengan vida en abundancia”. Él, en cumplimiento de su misión, terminó dando la vida, en la cruz, para que la vida no muriera. Cuando sus adversarios pensaron que lo habían matado, apareció vivo ante sus discípulas y discípulos. Los convocó de nuevo, comió con ellos y, entregándoles el Paráclito, Espíritu enviado al lado de ellos, los envió a anunciarlo (Marcos 16, 14-20), dar testimonio de Él (Hechos 1,7; Lucas 24, 1-50), hacer discípulos de todos los pueblos (Mateo 28, 16-20) y reconciliar el mundo, perdonando los pecados (Juan 20, 22).    

Cuando esta tarea se inició, con parresia, allá en Jerusalén se dieron cuenta que el envío no había sido solo a los del pueblo de Israel sino a todos los pueblos, hasta los confines del mundo y el final de los tiempos. Así fue como nació la misión entre los gentiles (Hechos 13, 1-3), con el Equipo misionero, escogido por el Espíritu Santo, integrado por Bernabé (apto para consolar o hijo de la consolación), el teólogo Pablo y el joven Juan Marcos, enviado desde la Iglesia de Antioquía. Diríamos hoy “ad gentes”, hacia donde no han escuchado el “evangelio” o buena noticia del Dios de Jesucristo. 

Este movimiento o dinamismo misionero ha continuado a través del tiempo y desde los diferentes espacios en conde se enraíza ese mensaje de salvación. Así sucedió desde la Iglesia particular de Turín, con San José Allamano y continúa hoy con nosotros. Cambian los tiempos, cambian los contextos, cambian los estilos, los métodos, las modalidades, los medios o herramientas e inclusive hasta las exigencias, pero el mensaje, evangelio, sigue siendo el mismo: el Emmanuel “está – con” Ustedes especialmente allí, en donde la vida está más desolada, fragilizada, herida, o asolada, para cuidarla, de tal manera que sea placentera, bienaventurada, feliz y que no se muera. Para liberar perdonando (transformando) y consolar salvando (sanando).     

Un sacramento

La canonización de San José Allamano, fundador de los Misioneros y Misioneras de la Consolata, en la jornada mundial misionera (Domingo, 20/10/2024) y durante la celebración del Sínodo sobre la Sinodalidad, nos brinda un verdadero sacramento (señal e instrumento) de misión ad gentes, de consolación – liberación.

El mismo Papa Francisco, desde la ventana del Vaticano, lo señala para el mundo entero: “el testimonio de San José Allamano nos recuerda la necesaria atención a las poblaciones más frágiles y vulnerables. Pienso, en particular, en el pueblo yanomami de la selva amazónica brasileña, entre cuyos miembros se ha producido el milagro vinculado a la canonización de hoy. Hago un llamamiento a las autoridades políticas y civiles para que garanticen la protección de estos pueblos y sus derechos fundamentales y contra cualquier forma de explotación de su dignidad y de sus territorios”.

La Familia misionera de la Consolata ha ido, guiada por el Espíritu, al territorio cultural del Pueblo Yanomami. Ha encontrado al pueblo desolado, enfermo y herido de muerte, al borde de la extinción; a la tierra madre tierra asolada por la minería ilegal, la tala de sus mejores árboles y la contaminación del rio Catrimani, a manos de depredadores nacionales e internacionales. No han ido de visita turística, ni en plan proselitista o de negocios. Por eso los han acogido y se han podido quedar con ellos, acompañando y ayudando con verdadera compasión.  Ese estar con, ser compañía adecuada, servir a la vida, sin otro interés que la vida misma, es lo que caracteriza la con-sola-ción que consuela y nos consuela. Han esperado, en oración, el milagro de la vida, con Sorino Yanomami, el indígena curado por intercesión de José Allamano. Lo han visto y celebrado, con la selva y todo el Pueblo Yanomami, los misioneros/as en la Amazonía y en el Brasil. Lo han testimoniado, con alegría, en el África, en el Asia, en las Américas y la vieja Europa.

La consolación sería, entonces, un estado existencial, personal y colectivo, de energía, ánimo, esperanza, satisfacción, salud, salvación y liberación, que se debe cuidar a nivel personal, eclesial, social y ambiental, mediante políticas y prácticas personales, eclesiales y sociales.

Sigamos “haciendo el bien, bien hecho y sin ruido”, ese es el camino, “a la mano”, para la santidad misericordiosa y la salvación final, consolación definitiva o eterna.

*Salvador Medina es misionero de la Consolata en Colombia