Por el riesgo del contagio del coronavirus se cancelan las celebraciones en la Basílica el 12 de diciembre. La fiesta de la Virgen de Guadalupe, la “morenita” es la celebración religiosa más popular para el pueblo mexicano
Por Joseph Onyango Oiye *
Cada año en el 12 de diciembre, miles devotos y turistas viajan a la Basílica de Guadalupe, para las celebraciones eucarísticas y homenajes. Pero este año todo será diferente. Las autoridades sanitarias mexicanas, por el riesgo del contagio del coronavirus han hecho un llamado a evitar alta concentración de personas. Por tanto, este año quedan cancelados las actividades religiosas en la Basílica.
El monseñor Salvador Martínez, rector del Santuario ha invitado a los peregrinos a visitar a la Basílica en noviembre o enero para evitar las aglomeraciones. La Conferencia Episcopal Mexicana también ha hecho un llamado a las arquidiócesis y a todo el pueblo en general a promover las celebraciones de manera local o en sus casas.
Santa María de Guadalupe, nuestra Madre que, tierna y amorosa nos mira desde hace 489 años, esta historia que aún no termina. Dios se preocupa por las necesidades de sus hijos y actúa con ojos de misericordia cuando la naturaleza no basta para resolver los problemas dramáticos de la existencia humana.
El milagro es siempre un acontecimiento ordenado, planeado y producido por Dios para ayudar a la humanidad a conseguir su destino eterno. Ante a los problemas que existían para la evangelización de América, el acontecimiento guadalupano fue una respuesta del amor de Dios.
El año 1531 busca comunicar el mensaje de esperanza y salvación que Dios deja, a través de su Madre, la Virgen de Guadalupe, a todos sus hijos, un mensaje que dignifica al ser humano y lo invita a no tener miedo ante la muerte, el dolor o la enfermedad, comunicado a un pueblo, el pueblo náhuatl, representado por san Juan Diego.
El evangelio se incultura
Una nación mestiza hecha de cultura india y española, de tradición y novedad, a ejemplo de nuestra madre Tonantzin-Guadalupe.
El 12 de diciembre de 1531 inicia el germen de lo que será una nueva nación. Si nos detenemos en la imagen de la Virgen morena del Tepeyac vemos que está embarazada y va a dar a luz no sólo al Hijo de Dios, sino a la nación mexicana. Es importante construirle un templo en donde ella pueda concebir, traernos al mundo.
El templo no se reduce al espacio geográfico de un lugar construido en el Tepeyac, sino que es símbolo de un nuevo mundo, de una nueva sociedad en la que los hombres podamos vivir y respetarnos como hermanos. Sin embargo habrá que saber elegir entre el rencor y la reconciliación.
Jesucristo y la Virgen de Guadalupe no sólo cambiaron la historia del mundo, sino que cambian la historia de la gente, nuestra propia historia. Su mensaje es un mensaje que nos compromete, nos cuestiona, porque habla de trascendencia y nos dice que nuestro futuro dependerá de lo que hagamos o dejemos de hacer aquí en esta tierra. Conocer el mensaje guadalupano nos dará la oportunidad de poder hacer nuestra propia experiencia de Dios, una experiencia en donde su propia madre se ofrece para escribir junto a cada uno de nosotros nuestra propia historia, y por eso 1531 es una historia que aún no se termina de escribir.
Cuando Dios se da cuenta de que los hombres no lo entendían a través de su palabra, se hace uno de nosotros y se realiza la primera inculturación, es decir, Dios se hace hombre para que los hombres lo pudiéramos entender.
Guadalupe y la inculturación
Una segunda inculturación, desde mi punto de vista, se produce cuando Jesucristo viene al mundo nuevamente a través de su madre, pero en esta ocasión no lo hace en Belén, sino en México.
Este nuevo parteaguas en la historia de la salvación crea una segunda alianza que, al igual que la primera, no va dirigida únicamente a los israelitas o mexicanos, sino a toda la humanidad.
Todos somos hijos e hijas de aquella –Tonantzin-Guadalupe– que nos enseñó a integrar lo mejor del otro/a para crear algo nuevo: la dignidad de todas las personas, por encima de credos, razas o ideas políticas. Es con la humildad de un ramo de flores como Juan Diego se presenta al obispo para pedirle un orden nuevo en su país (simbolizado con la construcción de un templo, lugar en el que Ella pueda mostrar y dar todo su amor a indios, españoles, y a cuantos la invoquen). No un templo de piedra, sino un templo, una tierra en donde todos podamos vivir en paz y en justicia.
El mensaje y la tilma grabada de la Virgen de Guadalupe representan la posibilidad de vivir de otra manera; no centrados en el egoísmo, sino en el respeto y reconocimiento del otro: camino de reconocimiento y de justicia en el que, por lo menos en México, aún tenemos mucho que avanzar.
En este momento de la historia de México, salpicado por la violencia, las extorsiones, la cultura de la muerte…, todos los que habitamos esta tierra, tenemos ante nosotros un gran desafío: aprender a decir no “yo soy”, sino “tú eres”, aceptando al otro como es.
Si no nos esforzamos por construir ese nuevo templo, esa nueva sociedad, que quería Dios, por medio de la Virgen de Guadalupe y San Juan Diego, no habremos entendido el mensaje guadalupano. Nos quedaremos en lo exterior sin esforzarnos por integrar lo mejor del otro para que nos enriquezca como persona y como cristiano. Que viva la Virgen de Tepeyac.
* Padre Joseph Onyango Oiye, imc, misionero keniano y trabaja en México