Fiesta del Beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve m.x.y. Obispo y Mártir: “Gastar la vida no se hace con gestos ampulosos, y falsa teatralidad. La vida se da sencillamente, sin publicidad, como el agua de la vertiente, como la madre da el pecho al niño, como el sudor humilde del sembrador.”
Por P. Luis Espinal SJ
Cada vez que en el calendario litúrgico celebramos la memoria de un mártir, inevitablemente vienen a mi cabeza estas palabras del Padre Luis Espinal SJ, misionero español asesinado en las afueras de la ciudad de La Paz, Bolivia.
En un hermoso libro llamado “Oraciones a quemarropa” que contiene una selección de meditaciones escritas durante su juventud, el Padre Espinal denunciaba una falsa espiritualidad martirial que glorifica la muerte como manera de escapar de los desafíos de la vida cotidiana con un escrito suyo titulado “No queremos mártires” (Paradójicamente el mismo Padre Espinal murió “martirizado” por causa de la justicia).
El decía muy bellamente en este escrito inconcluso: “No hay que dar la vida muriendo, sino trabajando. Fuera los slogans que dan culto a la muerte. Alguien dijo: ‘El peso lo llevan los bueyes, y no las águilas’… Y si un día les toca dar la vida, lo harán con la sencillez de quien cumple una tarea más, y sin gestos melodramáticos” Y al meditar en la sabiduría de estas palabras cargadas de madurez y compromiso cristiano, recordaba inmediatamente a nuestro insigne testigo, el primero de nuestros hermanos javerianos en ser presentado a la Iglesia universal como ejemplo de santidad, de entrega y coraje apostólico hasta las últimas consecuencias: Jesús Emilio Jaramillo Monsalve m.x.y., obispo y mártir de la paz, como fuese llamado por el Papa Francisco el 8 de Septiembre de 2017 durante la ceremonia de su beatificación en Villavicencio.
Las palabras del Padre Espinal nos recuerdan que el valor martirial de Monseñor Jaramillo no radica en su secuestro y posterior asesinato, ocurridos precisamente 30 años atrás, sino en la cotidiana entrega de su existencia como don y regalo para la humanidad en su camino como discípulo y misionero.
Su ejemplar estilo de vida, la profundidad de su vida espiritual y su claridad en el compromiso con la misión de la Iglesia son la palma y la corona que hoy, como misioneros de Yarumal, estamos llamados a portar con valor, orgullosos de nuestra identidad y de lo que Dios puede hacer desde nuestra condición de minoridad (aludiendo al lenguaje franciscano) que es el terreno fértil para que las empresas con sabor a Evangelio den fruto abundante.
Esa era su invitación cuando, en el contexto de la celebración de las bodas de oro del IMEY en 1977, nos recordaba nuestra propia identidad como misionero javerianos de Yarumal: “¿Qué somos? Un pequeño grupo de bautizados, una liliputiense semilla de mostaza, una inquieta levadura. Creemos, eso sí, con pasión; que Jesucristo es Dios y hombre verdadero, nacido de la Virgen Santa María, muerto y resucitado, primogénito de la creación, arquetipo del hombre nuevo, meta suprema de nuestros esfuerzos y de nuestra aventura solitaria.”
La vida del Beato Jesús Emilio Jaramillo m.x.y. nos habla de un hombre apasionado por Jesucristo, a quien comunicó desde los diferentes servicios que desempeñó como misionero. Para él, El Señor Jesús, “el eterno agonizante de los caminos humanos”, es el paradigma que los javerianos hemos de seguir para responder con altura y dignidad a la vocación misionera a la que hemos sido llamados.
Como heredero del espíritu apostólico y misionero de nuestro Padre Fundador, a quien celebramos en su Pascua hace pocos días, Monseñor Jaramillo entiende su vida y compromiso cristiano dentro del Instituto como el ADN trenzado en la biografía de su alma.
Su Pasión por Cristo, por la humanidad y por la la misión, encontró en el Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal el canal para desbordarse en amor heroico y entregado hasta el extremo, no simplemente en el momento final de su existencia, sino en sí generoso de cada día, desde el momento en, que con ilusiones 11:28 y ansias de servir, llegó al recién fundado Seminario de Misiones en Febrero de 1929.
El entendió su propia existencia como don para ser compartido y entregado, movido por el fuego del Espíritu, para comunicar aquello que fue el principio y fundamento de su peregrinar en este mundo: el mensaje humanizador de Evangelio que se entrega hasta las últimas consecuencias.
Lo repetiría ya siendo obispo: “Ahora me siento forzosamente apóstol, mensajero. Llevo una buena nueva a mi pueblo sentado en sombras de muerte. No llevo sólo el báculo del profeta enmudecido para curar al niño: llevo el solo nombre que salva. Diré a los ciegos: llegó la Luz; diré a los muertos llegó la Resurrección; a los equivocados, la Verdad; a los cautivos, la Libertad; a los combatientes, la Paz. Porque todo eso es Cristo, y el mundo moderno, mi mundo, es también todo eso: el ciego, el muerto, el extraviado, el cautivo, y el sin paz.”
El testimonio de este hermano nuestro que, desde su pequeñez y sencillez, fue capaz de poner todo su ser al servicio de la Palabra, contemplando a Jesucristo en todos y dándose como aquél joven que compartió con Jesús sus cinco panes y dos peces para alimentar a toda una multitud, me hace pensar en lo que vivimos cotidianamente en los lugares y con las comunidades con quienes los Misioneros de Yarumal compartimos la vida.
En nuestra misión de Tailandia, he tenido la posibilidad de conocer y compartir a lo largo de estos años con diversas personas que han encontrado en el Evangelio de Jesús una propuesta nueva y válida para sus vidas a través del compromiso cotidiano de nuestros cristianos, quienes desde sus actitudes, su amabilidad, su fe sencilla y generosa, dan el mejor testimonio de la fe en la que han puesto su confianza: la fe en este Cristo que mora en en lo más profundo del corazón; este Cristo que comprende las luchas y miserias de la humanidad; este Cristo que dignifica al ser humano con el poder creador y transformador de su amor. Esta es la “martiría” (μαρτυρία), el testimonio al que estamos llamados: a descubrir que somos Palabra viva de Dios en este mundo necesitado de esperanza.
El Beato Jesús Emilio nos señalado un camino a través de su propia existencia, un camino que nos conduce siempre al encuentro con Jesús vivo en el otro. Por eso, ni su asesinato acaecido hoy hace 32 años, ni la violencia de los que siembran muerte, pueden acallar toda una vida apasionada por conocer y amar a Jesucristo escondido en el misterio del que sufre, del victimizado, del excluido, del último.
Pidamos al Señor que el testimonio del Beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve m.x.y. nos reafirme en la convicción que, aún desde nuestra pequeñez, este proyecto misionero al cual también nosotros hemos dicho sí es camino humanizador y dignificador de una sociedad que hoy pide testigos que comuniquen una nueva esperanza con su propia vida, que entregue su ser como don, como vocación, y como tarea cotidiana.
* Andrés Felipe Jaramillo Gutiérrez m.x.y. Misionero de Yarumal en Tailandia