Aceptar el llamado del Señor en el Orden del Diaconado es asumir un proceso de formación en la responsabilidad misionera de consolar aquellos que sufren tristeza y dolor.
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Por Elmer Peláez *
En la comunidad primitiva, al elegir los diáconos, se los llamó para que fueran servidores de los pobres y enfermos. Se eligió misioneros del reino, al servicio de la caridad, para que los Apóstoles pudieran estar al cuidado y anuncio de la Palabra, y dedicarse a la predicación de la Buena Nueva (cfr Hch 6,1-7).
La diaconía, entonces, es caminar en actitud de proximidad junto a los pobres, necesitados y excluidos, haciendo praxis la caridad como distintivo de fidelidad a la causa del reino.
Llamado, respuesta y consagración
Aceptar el llamado del Señor en el Orden del Diaconado es asumir un proceso de formación en la responsabilidad misionera de consolar aquellos que sufren tristeza y dolor. Esto hace que, al ser consagrado diácono, no se recibe un título honorífico, sino es expresión de servicio: ser enviado, como misionero, a ser consuelo, entregando la vida al anuncio del Evangelio y a la construcción de una mundo más justo y humano.
“Hermanos, les ruego, por la misericordia de Dios que ofrezcan vuestros cuerpos, como sacrificio vivo, consagrado agradablemente a Dios, que brinden toda la persona como ofrenda viva, entregada dulcemente a Él. Es el culto que deben ofrecer, y no se acomoden a este mundo; al contrario, transfórmense y renueven el preciado interior para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 1-2).
El relato de la carta a los Romanos invita a volver al interior de sí mismo, en especial para aquellos que han aceptado el llamado del Señor para el servicio ministerial, para ser transformado y hacerse obediente a la voluntad de Dios.
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Mi servicio diaconal
Para mí, asumir el ministerio ordenado como diácono es un signo concreto de ser enviado para estar al servicio y entregarme pastoralmente en este momento al pueblo Nasa, en Toribio (Cauca), golpeado por el conflicto armado. En este contexto comprendo que el llamado misionero debe estar al servicio de las tres P: Palabra, Pobres y Pan.
Palabra: he sido llamado para anunciar la Palabra, meditada y proclamada en la homilía y celebrada en los sacramentos.
Pobres: servirlos desde la caridad, como una invitación a la entrega permanente a ejemplo de Jesús.
Pan: estar al servicio de la acción de gracias (Eucaristía), del sacrificio redentor y de la experiencia de fe en Cristo resucitado, que nos envía a servir. La oración por el Pueblo es praxis de servicio en el anuncio de la Palabra que nos llama al servicio de los pobres y compartir con ellos el pan de la vida.
Esta es la motivación que alberga, en este momento, mi corazón misionero. Me hago obediente para que sea el Espíritu de Jesús quien oriente mis sentimientos, pensamientos y acciones.
Como misionero de la Consolata, siento una enorme responsabilidad, llevar la paz de Cristo y la consolación del Evangelio a los rincones donde se necesite transformar los odios y divisiones en caminos de perdón y reconciliación. Me siento feliz y orgulloso de ser misionero y prometo poner todo mi esfuerzo y esmero en desarrollar mi diaconado de la mejor manera posible, con la bendición de Dios y la protección de la Virgen Consolata.
* Diác. Elmer Peláez Epitacio, imc – Fotos: Archivo Pastoral Afro Cali.
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Cinco Misioneros de la Consolata ordenados diáconos
El pasado 20 de junio, en la fiesta de la Virgen Consolata, los jóvenes misioneros de la Consolata Américo Javir (Mozambique), Elmer Peláez (México), Iga Michael (Uganda), Kenneth Oriando (Kenya) y Rogers Kiwango (Tanzania), fueron ordenados diáconos en Cali, Colombia, con la imposición de manos de Mons. Darío de Jesús Mejía.
El día anterior, 19 de junio, realizaron su Profesión Perpetua ante el padre Armando Olaya, Superior Regional IMC Colombia, y algunos representantes de la comunidad. Los nuevos diáconos estuvieron cuatro años realizando su formación teológica en la Comunidad Apostólica Formativa – CAF, en Cali.