Los corazones de Jesús y María no solo representan modelos de amor y devoción, sino que también nos invitan a transformar nuestros propios corazones en sagrados. A través de ellos, aprendemos a amar y a vivir conforme al Evangelio.
Por Francisco (Pacho) Martínez *
Dos corazones, dos modelos
El corazón es el símbolo del amor. Jesús y María, con sus corazones llenos de amor y compasión, nos enseñan a vivir una vida centrada en el amor a Dios y al prójimo. Aceptar este amor nos permite crear un mundo más justo, compasivo y misericordioso.
El corazón de Jesús
El corazón de Jesús latió por su Padre, en el seno de una familia, en una cultura y religión, con pasión y devoción según el plan de Dios. Jesús acogió el sufrimiento de la humanidad en su corazón, donde el amor y la relación con su Padre le dieron una mirada única hacia la humanidad. En su corazón, no hay certezas, solo intuición y posibilidades. En su corazón se siente el esfuerzo físico de levantar al caído, de emocionarse al ver a su amigo levantarse de nuevo, de gentileza al partir el pan. El corazón que siente miedo en la cruz, es un corazón que no dejó de latir ante la realidad. Su corazón es el motor del reino de Dios, que lo llevó a las periferias, a los marginados de la sociedad, a alzar la voz con la fuerza que bombea el corazón. Su bondad se materializó en acciones, y ese amor se compartió con sus discípulos y las personas que lo conocieron y sigue latiendo hoy en todos los que lo conocemos y deseamos que otros lo conozcan.
En la cruz, Jesús nos dio un nuevo mandamiento: el amor. Su corazón, aunque roto y traicionado, se entregó en amor incondicional. Aprender del generoso corazón de Jesús implica paciencia, humildad y el coraje de enfrentar las realidades actuales con la misma valentía que Él.
El corazón de María
El corazón de María, reflejado en muchas madres y padres de hoy, guardaba todo en su interior: alegrías y tristezas. Este corazón fuerte y a la vez frágil, capaz de romperse con palabras dolorosas o comportamientos inesperados de los hijos, pero que siempre resiste.
En la pasión de su hijo, el corazón destrozado camina frente al amor más grande, el corazón que estuvo de pie frente a la cruz, el apoyo de madre hasta el último momento. En todas estas acciones, el corazón de María se va volviendo sagrado, capaz de acoger al Espíritu de Dios. Reafirmar con cada acto el “sí” de la Anunciación y seguir indicándonos el camino hacia su verdadero amor, Jesús.
Hacia un corazón sagrado
Nuestro corazón se va haciendo más sagrado cuando aceptamos la misión que Dios nos propone, acogiendo la diversidad de pueblos y culturas, poniendo al otro en el centro de nuestras vidas, como nos enseñaron Jesús y María.
Un corazón de puertas abiertas para acoger la universalidad de la vida, un corazón fértil, “humus” donde las propuestas de Jesús puedan germinar. Un corazón como camino misionero: primero santos y después misioneros; nuestros caminos y miradas tienen la capacidad de acercarnos a la santidad y en la santidad encontramos lo sagrado para nuestra vida cristiana. El Beato José Allamano nos sugiere un corazón universal que busca la unidad, la consolación y realice la promoción humana.
La Llamada a todos nosotros
¿Somos capaces de aceptar el amor de nuestro maestro Jesús y de nuestra maestra María? Al seguir sus ejemplos, despertamos en nosotros un amor tan profundo y puro que nos llama a convertirnos en testigos de ese amor. A través de la paciencia, la humildad y la compasión, podemos enfrentar los desafíos de hoy y ser reflejos del amor de Dios en el mundo.
En este mes dedicado a los corazones sagrados de Jesús y María, dejemos que sus ejemplos ardan en nuestro corazón y nos guíen hacia una vida de amor y servicio. Sigamos el camino que nos lleva a un corazón verdaderamente sagrado, abierto al amor de Dios y dispuesto a compartir ese amor con todos.
¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lucas 24, 32)
* Francisco Martínez, joven laico colombiano, misionero de la Consolata en el Kenia – África