El Papa Francisco ha nombrado como nuevo arzobispo de Cartagena a monseñor Francisco Múnera Correa, hasta el momento obispo de la Diócesis de San Vicente del Caguán.
* Paula Martínez
Un breve recorrido por la vida de Monseñor Francisco Múnera, Arzobispo de Cartagena
Oriundo del corregimiento de Machado, perteneciente al municipio de Copacabana, Antioquia, pero, caqueteño de corazón, Monseñor Francisco Javier Múnera Correa, Misionero de La Consolata y hasta ahora obispo de la diócesis de San Vicente de Caguán, se está posesionado como nuevo arzobispo de la arquidiócesis de Cartagena.
Desde el día de ayer, viernes 21 de mayo, la comunidad cartagenera dio inicio a la acogida de su nuevo pastor, con la vigilia de pentecostés y el recibimiento orante de Monseñor Múnera, quien desde ahora deberá conocer, integrar y actuar en un nuevo contexto sociocultural, alejado de la selva que lo acogió durante 22 años.
De familia humilde, sus padres Luis y Margarita, es el mayor de siete hermanos. Nacido el 21 de octubre de 1956, día de las misiones, lo cual pudiera decir que, desde su nacimiento se auguraba un futuro de servicio y evangelización en medio de las gentes. Su infancia fue feliz, nunca le faltó nada y recuerda con gran alegría y aprecio sus años más tiernos “En mi familia nunca faltó el pan, aunque muy humildemente, pero tampoco nunca nos faltó la corrección, que es algo muy importante”, recuerda Monseñor.
Sus años escolares de bachillerato los cursó en el Colegio Gregorio Gutiérrez Gonzales, de los Hermanos de La Salle, en la Ceja Antioquia y fue allí, donde sin buscarlo y ni esperarlo, Dios le hablaría al oído para hacerlo su instrumento para la misión. En una convivencia, conoció a dos padres Misioneros de La Consolata, Víctor Facchin y Luis Duravía. “A mi me marcó la manera en que ese hombre, el P. Victor, celebraba la eucaristía y cuando el hablaba de la misión, que transmitía fuego”, menciona “Pachito”, como le gustaba que lo llamaran.
De forma jocosa, con la alegría y sencillez que lo caracterizan, Múnera recuerda como, estando ya en grado 11 y aunque ya tenía planes de estudiar en la universidad y se encontraba muy “ennoviadito”, en el retiro de fin de año, de la mano del Padre José Dalla Torre, descubrió su vocación. “Él le estaba echandole el ojo a uno de los compañeros míos que era como el más obispadito y no, el que caí fui yo, ahí me tumbó el Señor”, dice Mons. Francisco Javier.
Ingresó al seminario de La Consolata el 3 de febrero de 1975 y posteriormente, recibió su ordenación sacerdotal el 8 de agosto de 1982, en La Ceja (Antioquia). Durante su vida sacerdotal, Múnera recorrió diversos caminos y ocupó diferentes cargos, la mayoría sin ser solicitados y mucho menos esperados, ejemplo de esto fue su primera destinación, para la cual él tenía como primera opción el Asia o la misión con los Afro en Colombia, sin embargo, fue enviado a Roma, donde realizó estudios en Misionología y se desempeñó como asistente del Seminario Internacional del Instituto Misionero de la Consolata de Bravetta.
Algunos años después fue destinado a Marsabit, Kenia, la que es, según sus propias palabras, “la misión más hermosa que tienen los Misioneros de La Consolata”, donde vivió cuatro años en medio de los Turcanas, Zamburo y otros.
Regresó a Colombia en 1992 para ser formador de la CAF (Comunidad apostólica formativa), en el barrio el Vergel. Estando allí, el 7 de diciembre de 1998, el Santo Padre Juan Pablo II lo nombró Vicario Apostólico de San Vicente-Puerto Leguízamo. Recibió la ordenación episcopal el 11 de febrero de 1999 en la Catedral de Bogotá, según el mismo, por una escasez de obispos. “Yo casi me quito, quería volver a la misión, o quizás a prestar un servicio en la dirección general”, cuenta su excelencia, quien, a pesar de sus títulos, jamás ha perdido la humildad, siempre se ha mostrado cercano y abierto con el otro, espacialmente el más humilde y pobre.
De sus años en el Caguán es imposible no hablar de la violencia, dando a conocer lo difícil que fue la época del despeje y lo que vino después, tras la zona de distención instaurada en este territorio.
Al recibir su traslado a la Arquidiócesis de Cartagena, se sintió afligido, pues, había hecho de San Vicente su hogar, sin embargo, su madre, una figura fuertemente presente y quien, con cariño, broma y orgullo, llama a su hijo “Don Monseñor”, le dijo: “No se vaya a ir triste para donde va, tiene que irse con alegría, además, sépalo, que usted no estaba preparado, ni va a estar preparado para irse para allá, pero mi Dios le va a dar la gracia y la fuerza para hacer lo que tiene que hacer”.
Finalmente confiesa el Arzobispo: “Yo he querido consagrar esta etapa de mi ministerio a San José y ser como el padre en la sombra, es decir padre que sabe reflejar la paternidad de Dios, pero sin ser protagonista”, expresó el nuevo arzobispo de Cartagena.