AguaPaneLazo

Un día me vi incluido en un grupo de WhatsApp, en donde se me decía “Estamos a 11 días de iniciar el VII Congreso Aguapanelazo Colombia, en Medellín – Antioquia. Encuentro que reúne todos los aguapanelazos locales y los proyectos del Aguapanelazo América, con el tema: “Memoria, justicia y paz”.

Por Salvador Medina*

¡Un Congreso, sí! ¡Algo grande e importante! El séptimo ya, fruto de una semilla sembrada en Ibagué – Colombia cuando, un puñado de jóvenes inquietos ante la presencia de habitantes de calle e iluminados por las propuestas de Jesús pensaron: “ellos no son de la calle, son nuestros” y salieron a gritarlo por la ciudad, en medio de los excluidos del banquete de la vida, con un termo lleno de aguapanela y unas bolsas de plástico repletas de pan.

Los dos años de confinamiento, obligados por la Covid 19, no ahogaron la semilla, sino que antes la aporcaron y enriquecieron desde la virtualidad, para reaparecer en la presencialidad como árbol, no solo frondoso y florecido sino, y sobre todo, con frutos de estudiantes, universitarios y profesionales, como parte de la Animación Misionera Juvenil y Vocacional de los Misioneros de la Consolata en Colombia, en varias ciudades de Colombia (Bogotá, Bucaramanga, Cali, Medellín, Florencia, Cúcuta, etc.) y algunas del continente americano, en Venezuela, Argentina, Paraguay, etc.).

En esta ocasión, como la última vez en el 2019, nos reunimos en Medellín y nos hospedamos en casa de familias o de compañeros de sueños y proyectos. Todos abiertos a la hospitalidad, incluidos los jesuitas con su Colegio San Ignacio de Loyola en el barrio Laureles, junto al Estadio, abierto de par en par para acoger el evento el sábado, la Parroquia de Santa Rita de Casia, en Bello y la casa de Fede (P. Federico Carrasquilla) en la tarde del Domingo.

Un verdadero peregrinaje de 27 jóvenes cargados de alegría, humildad, creatividad y esperanza, dispuestos a acoger y ser acogidos, visitar y ser recibidos, donar y recibir: un panameño, dos venezolanos, dos argentinos, una paraguaya y el resto colombianos del Putumayo, Caquetá, Santander, Bogotá, Valle, Antioquia y Tolima.

Todos al Colegio

Ya conocemos a qué se va al colegio, sobra decirlo, a estudiar. Esta vez fuimos a leer e interpretar la realidad nacional y mundial, con un ojo puesto en la calle y sus habitantes y otro puesto en el Evangelio y el Informe de la Comisión de la Verdad, producido y difundido en Colombia con el fin de seguir buscando la justicia, reparar a las víctimas y que nuca más repitamos esta historia de crueldad.

La tulpa, un fogón de tres piedras sosteniendo una olla llena de comida, que entre los pueblos originarios de Ameríndia, ha mantenido la unidad familiar, iluminada y abrigada por el fuego de la palabra que narra las memorias, purifica las decisiones del presente y deja volar los sueños de futuro, se constituyó en el espacio propicio para nuestro intercambio formativo y espiritual porque como dise un mayor del Pueblo Nasa, Marcos Rivera: “La espiritualidad es la que nos mantiene fortalecidos, es la sabiduría espiritual la que nos llama a hacer parte de la madre naturaleza, a través de la espiritualidad damos fuerza a las mujeres, a las comunidades y a los pueblos”.

Las víctimas mortales de la enmarañada convivencia en las calles, de la aporofobia, de la xenofobia, del racismo o de la discriminación por el género, hombres, mujeres y hasta niños, fueron desfilando por la memoria de nuestros corazones, iluminadas por la llama fervorosa de la tulpa y los análisis de los participantes, ofreciendo estadísticas, teorías aclaratorias, justificadoras o condenatorias.

Todo el análisis iluminativo de esta cruel realidad concluye con un ¡“Que descansen en paz” !, mientras la justicia o la impunidad hacen su camino. Por ahora, nosotros no los olvidamos porque “no son de la calle, son nuestros”.

Todos a la Parroquia

Desde cada lugar de hospedaje, bien desayunados, fuimos llegando todos a la estación Azevedo del Metro y, desde allí, en taxis hasta el templo parroquia dedicado a Santa Rita de Casia. Excelente acogida por parte del Párroco y la comunidad de fe, de los niños de la catequesis y del grupo juvenil, de los agentes de Pastoral y de toda la feligresía.

Era Domingo y la Comunidad celebraba solemnemente los Sacramentos de la Iniciación Cristiana (bautismo, confirmación y comunión). Nos incluyeron en la formación y en la preparación de la celebración. Juntos y diferenciadamente, niños, jóvenes y adultos, nos preparamos para participar en la fiesta de la Iglesia, la Eucaristía, en memoria del Galileo crucificado y resucitado, vivo y presente, con su Espíritu, en nosotros y con la comunidad.

Mientras celebrábamos con entusiasmo y alegría, tres jóvenes pintores profesionales del Proyecto “Murales por la Paz”, pintaban la paz en la pared de la entrada al templo, ayudados por algunos aficionados principiantes de la comunidad. El resultado fue obra de toda la Comunidad, los visitantes y los anfitriones, todos a una por la Paz, celebrada, antes de la despedida, con pan-tamal partido, repartido y compartido.

Al pie de los testigos

Escuchar a Fede, el P. Federico Carrasquilla, el teólogo y sociólogo de la “Antropología del Pobre”, es escuchar el Evangelio pasado por el frio cruel y el energizante calor de los pobres, víctimas de la pobreza injusta y cruel, causada por esta economía neoliberal, de libre mercado, sin corazón.

En la casa de Fede, casa de los pobres y nuestra, ubicada en la periferia de la orgullosa e industrial Medellín, concluimos el Congreso, abriéndole la puerta a la misión del Reino de Dios, ese “otro mundo posible” que soñamos mientras lo construimos, más conscientes de la enorme distancia que existe entre los sueños y las reales posibilidades de conversión y acción.

Esas posibilidades reales de acción las percibimos germinando en las mismas calles, en medio de los basureros y los recicladores, los dependientes de las drogas y las víctimas de la demencia, entre los ancianos, los adultos y los niños, entre los hombres, las mujeres y los de otros géneros, debajo de los viaductos o a las márgenes del rio y los riachuelos, a la sobra de los predios y los rascacielos, en los pórticos y los andenes, dentro de los predios ocupados y los ranchos destartalados. Allí suenan cantos y oraciones entre gritos y lamentaciones; allí se comparten los bienes y las carencias, los sufrimientos y los dolores, los amores y las pasiones; allí se engendra la vida y se lloran las muertes; allá se mastican las amarguras y se abrazan las esperanzas. Es el lugar del pobre que resiste hasta el límite, amando la vida, contra toda esperanza.

Los habitantes de calle se rebuscan y luchan por el Agua y por el Pan, que se les niega, aunque sean sus derechos básicos y fundamentales. Esa resistencia, ese rebusque y esa lucha, garantizan la sobrevivencia y, algunas veces más organizada y colectiva, esconden las semillas de futuro. ¡Hay esperanza!

La esperanza, con sus pequeños o grandes emprendimientos y solidaridades, se convierte en fuente de autoestima y superación. Los cansados respiran y los afligidos son consolados. Así, amarrados con el Lazo de la amistad, de consolación en consolación, se va conquistando la liberación. Algunos vuelven a sus tulpas, algotros superan las dependencias, otros vuelven a sus profesiones, otros consiguen habitaciones mejores o adquieren suelo, vuelven al estudio o a las capacitaciones, consiguen trabajo o empleo y reconstruyen sus relaciones.

Muchos toman consciencia política y en “amistad social”, junto con otros más favorecidos y esclarecidos, votan en las elecciones para, en democracia, cambiar los sistemas y las estructuras de la desigualdad, por otras que transparenten ese “otro mundo posible”, de fraternidad y sororidad. No todo está perdido, mientras no se muera el amor.

*Salvador Medina es misioneros de la Consolata, coordinador de la Animación Misionera Juvenil y Vocacional – AMJV, en Colombia.