Un regalo inesperado

El laico Francisco Martinéz con tres niños samburu: “compartiendo dulzura, no sólo con palabras, sino también con gestos concretos”. Fotos: Archivo personal

Un viaje a la sabana africana donde la dulzura de los caramelos se convierte en la llave que abre las puertas a la conexión humana y la alegría inesperada.

Por Francisco Martínez *

En el corazón de Wamba, donde el sol acaricia la tierra con calidez, nuestros pies reposaban sobre el suelo rojizo. El padre Ansoni Camacho Cruz y yo visitábamos las comunidades, guiados en el carro por Isac, un joven de la parroquia, a través de senderos serpenteantes que conectaban las casas. Nuestra misión era sencilla: compartir dulzura, no solo en palabras, sino en momentos tangibles.

Bajo el vasto cielo africano, llevábamos bolsas de dulces, pequeños tesoros envueltos en papel de colores. A medida que avanzábamos, deteníamos el carro, salíamos de él y entregábamos estos pequeños detalles, con la sorpresa de que detrás de un niño había varios, que aparecían sin que nosotros los hubiéramos visto antes. Venían hacia nosotros con asombro, alegría, timidez e inocencia, todo mezclado con el cálido susurro del viento. Al abrir el pequeño tesoro, una gran sonrisa se dibujaba en sus rostros al destapar un caramelo y ponerlo en sus bocas. Salían corriendo para compartir su regalo inesperado con los adultos, quienes no se lo esperaban.

Estos son regalos inesperados; su alegría es una moneda más valiosa que cualquier otra. Porque en esos efímeros intercambios, descubrimos la verdadera esencia de dar: no en la expectativa, sino en la pura delicia de sorprender a otro ser. En medio de la sabana africana, donde muchas cosas transcurren con normalidad y sin tanta prisa como en la gran ciudad, llega un regalo no esperado.

Continuamos nuestro viaje y los desconocidos paisajes se convirtieron en compañeros. Un gesto de cabeza, una mano levantada, una fotografía tomada, una sonrisa compartida, una bendición susurrada; todo tejido en la trama de nuestro encuentro. La sabana nos abrazó, susurrándonos secretos de resistencia al calor implacable y sabiduría ancestral presente en las personas. Y en esa inmensidad, encontramos conexión: un puente entre mundos, construido no de ladrillos, sino de humanidad compartida.

Llegamos a conocer una pequeña Mañata (casa tradicional Samburu), un lugar en medio de las montañas, con animales recién nacidos y hombres Samburu mirándonos desde lejos. Nosotros saludamos a la señora y a los niños y niñas de la casa, y después de un tiempo, los hombres llegaron y nos invitaron a tomar Chai, la curiosidad de probar leche de camellos. Isac nos llevó a la cocina, donde en termos tradicionales había leche con un sabor peculiar, más dulce y viscosa que la leche de vaca. Fue un nuevo encuentro con las tradiciones del lugar, todo unido en una porción de experiencia cultural compartida en la misión.

El conductor Isac y el padre Ansoni Camacho Cruz

Cada caramelo otorgado era una promesa: “Tú importas. Tu alegría importa, tu cultura importa”. Mientras nos preparábamos para regresar, aparecieron personas que necesitaban ir a Wamba; con la mayor amabilidad, les ofrecimos nuestro transporte. Mientras ellos se acomodaban, nosotros nos fuimos caminando con el padre Camacho, observando la hermosa escena de cómo nuestro transporte se volvía una posibilidad, un regalo inesperado nuevamente para ellos y para nosotros compartir con ello.

Las emociones no se quedaban atrás, Isac con todo el cuidado sorteaba los desniveles de la carretera, y los saltos provocaban risas, conversaciones que muchas palabras que no entendíamos porque su idioma era el Samburu, pero sus emociones eran como un caleidoscopio de gratitud, simpatía y alegría. Para nosotros en esos momentos, ya no éramos extraños de paso; éramos posibilidad, misión y una existencia compartida.

La risa de los niños, el crujir de los envoltorios de los caramelos, la calidez de las personas, la gratitud, son regalos no esperados que nos brinda la misión, que nos brinda el salir al encuentro del otro.

Y así, querido lector, recordamos que: a veces los regalos más preciosos llegan sin previo aviso, envueltos no en papel, sino en la magia de los encuentros inesperados. En el abrazo de Wamba, aprendimos que la alegría se multiplica cuando se comparte libremente; una lección grabada para siempre en el lenguaje de las sonrisas y el sabor de las dulces sorpresas.

* Francisco Martínez es Laico Misionero de la Consolata colombiana trabajando en Kenia.

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