Los Misioneros de la Consolata llegaron a Dongducheon en 2007 para estar cerca de los trabajadores migrantes menos privilegiados, muchos de ellos procedentes de América Latina, pero también de países de habla inglesa de Asia y de muchos otros países africanos.
Por Tamrat Defar *
La ciudad de Dongducheon toma su nombre del río que fluye hacia el norte, encontrándose con el río Imjin, que en su camino hacia el mar cruza la zona desmilitarizada que separa a la Corea del Norte y del Sur. En la ciudad hay un gran complejo militar estadounidense llamado “Camp Casey” y esa presencia es tan importante que Dongducheon nunca fue considerada una ciudad hasta que el número de militares estadounidenses se sumó al de los locales.
Al llegar a la ciudad, se ve el poético lema que la simboliza “Dongducheon: ciudad de la paz. soñemos con ella”. Quien más encarna este lema son los inmigrantes indocumentados que vienen a la ciudad a cumplir con sus sueños. Acá la gente no se siente amenazada por Corea del Norte debido a la presencia del ejército estadounidense y además los alquileres son muy baratos.
Al lado de los migrantes
Los Misioneros de la Consolata llegaron a Dongducheon en 2007 para estar cerca de los trabajadores migrantes menos privilegiados, muchos de ellos procedentes de América Latina, principalmente de Perú, pero también de países de habla inglesa, como Filipinas, Nigeria y muchos otros países africanos.
Fue el obispo de la diócesis de Uijeongbu, Joseph Lee Yoon Taek -ya jubilado-, quien nos invitó a trabajar con los inmigrantes en esta ciudad. Durante los primeros cinco años colaboramos con el equipo de pastoral de la diócesis, luego el obispo nos encargó la parte norte de la diócesis, que abarca una zona que va desde la ciudad de Dongducheon hasta la ciudad de Yonchon, muy cerca de la frontera norcoreana.
En 2012, fundé la Comunidad Católica Internacional de Dongducheon (DICC) y durante los últimos nueve años hemos llevado a cabo varios programas para migrantes. Junto con la parroquia de Dongducheon y varios voluntarios de la parroquia, hemos impartido clases de coreano (“Hangul”) y celebrado actos culturales que ayudan a los inmigrantes a conocer la cultura y las costumbres del país. Entre ellos se encuentran los festivales y eventos deportivos, que se organizan en colaboración con el ayuntamiento y el “Centro Multicultural Do Dream”, gestionado por la ciudad.
En colaboración con la parroquia local y a nivel diocesano hemos participado en peregrinaciones, festivales multiculturales y celebraciones litúrgicas, animadas por nuestro coro y también nos dedicamos a la catequesis en los hogares. Luego, junto con el grupo de voluntarios que trabaja con los migrantes en la diócesis, también proporcionamos asistencia material, sanitaria y jurídica en casos de necesidad.
Acompañamiento en tiempos de Covid
El momento más difícil que he vivido en todos estos años ocurrió en 2020, durante la emergencia del Coronavirus: hubo un contagio masivo entre los ciudadanos extranjeros. En febrero, un migrante nigeriano de nuestra comunidad murió de la enfermedad y, una vez que todos fueron examinados, 82 personas resultaron positivas al Covid 19. Una dura prueba para todos.
El gobierno local se apoyó en las iglesias y comunidades que cuentan con gran población extranjera para poder llegar a todos con el test y yo estaba muy comprometido acompañando de las encuestas epidemiológicas.
La ciudad o el centro de salud pública no paraban de llamarme y sin embargo era muy difícil poder encontrar a las personas que se habían escondido deliberadamente por miedo a las autoridades migratorias o una posible expulsión. Aun así, cualquier negligencia en el cumplimiento de las normas tenían consecuencias y era imprescindible que todos los inmigrantes recibieran una correcta información necesaria para que la ciudad pudiera controlar el virus en la numerosa comunidad de extranjeros.
Fue un trabajo muy pesado acompañar a las personas que dieran positivo a los centros en los que los pudieran monitorear y, en caso de necesidad, al aislamiento hospitalario. Al mismo tiempo las religiosas de nuestro equipo siguieron llevando alimentos a las familias que permanecían aisladas, a veces con bebés, niños o jóvenes.
Con el constante apoyo de las autoridades de la ciudad y sanitarios de los centros de salud hoy podemos decir que, por lo menos en la zona de Dongducheon, los casos de Covid 19 son casi nulos y los migrantes saben cómo llevar adelante bien, de ser necesario, las normas de cuarentena.
Reconocimiento por la hospitalidad, fraternidad y solidaridad
Toda esa labor fue premiada y reconocida por el alcalde el pasado 1 de abril, expresó su agradecimiento a la comunidad de los Misioneros de la Consolata y a mí por la labor de asistencia y prevención y valoró la labor realizada durante la emergencia. El hecho de que este premio se entregó el día Jueves Santo lo hizo especialmente significativo para mí: ese es tradicionalmente el “día del sacerdote”, en el que renovamos nuestra consagración al servicio y al anuncio de la palabra de Dios.
Debo admitir que este reconocimiento no me pertenece sólo a mí. También pertenece al Padre Patrick Mrosso, a todas las Hermanas, a los voluntarios con los que trabajo y he trabajado a lo largo de los años.
Este reconocimiento es para todos los Misioneros de la Consolata que han vivido conmigo en esta comunidad desde el día de su fundación: el P. Juan Pablo de los Ríos, el P. Jair Idrobo, el P. Joseph Kim Myeong Ho, el P. Álvaro Pacheco, el P. Juan Pablo Lamberto, el P. Clemente Gachoca y ahora el P. Patrick. Todos ellos han dejado una huella indeleble prestando un humilde servicio a los más necesitados.
La pandemia nos ha recordado lo esencial que es la corresponsabilidad, y que sólo con la contribución de todos -incluidos los grupos que a menudo se subestiman- podremos hacer frente a esta crisis. Debemos encontrar “la valentía de crear espacios en los que todos puedan reconocerse llamados, y permitir nuevas formas de hospitalidad, fraternidad y solidaridad” (meditación del Papa Francisco en la Plaza de San Pedro, 27 de marzo de 2020).
* P. Tamrat Defar Lemillo, imc, es misionero en Corea del Sur y Superior de la Región Asia (Corea del Sur, Mongolia y Taiwán)