Turín, 25 de octubre. Es una mañana lluviosa, pero el patio de la Casa Madre ya bulle con los primeros grupos de peregrinos, veteranos de los tres días en Roma y de los dos en Piamonte. Hoy el punto de encuentro es el santuario de San José Allamano en «su casa», en Corso Ferrucci. Los preparativos están en pleno apogeo en la iglesia.
Por Marco Bello *
Nos encontramos con el grupo de Oujda, Marruecos; el grupo de Costa de Marfil, de Congo y los mozambiqueños; los laicos de Brasil y de Colombia. Pero también vemos al padre Jasper, un keniano llegado de Taiwán, al padre Dieudonné, un congoleño de Mongolia, y a la señora Lina, de Kazajstán, junto con una monja que trabaja en el país centroasiático… y eso por nombrar sólo a algunos. Luego europeos, y muchos amigos de los misioneros y misioneras de Turín y de los alrededores. Todo el mundo está aquí.
El padre Antonio y el padre Sandro, encargados de organizar la acogida de los peregrinos en Roma y en Piamonte, se afanan en ultimar los detalles.
Al filo de las 10.30, las bailarinas hacen su entrada en la iglesia abarrotada: son las novicias de las hermanas de la Consolata y están vestidas con trajes africanos de color verde intenso. Bailan y cantan hasta el altar, seguidas por los cinco obispos y sacerdotes que celebrarán la misa.
En los laterales del altar ya están sentados por lo menos cien sacerdotes con sus túnicas blancas, la mayoría de ellos Misioneros de la Consolata. Otras tantas son las misioneras presentes, o quizá más.
El padre Gianni Treglia, superior de la región Europa, toma la palabra y comienza arengando a los asistentes: «¡Allamano!». Y todos responden: «¡Viva!». Y de nuevo el padre Gianni «¡Viva!» y todos «¡Allamano!». Y luego, todos juntos: «¡Gracias por habernos dado a Giuseppe Allamano!».
Luego agradeció al Señor el don de San José Allamano: «Este es también el lugar de su sueño misionero, que, no pudiendo realizarlo personalmente, realizó con la fundación de dos institutos misioneros. […] El sueño mismo de Dios que quiere que toda la humanidad tenga la salvación. José Allamano nos lo confió a nosotros, sus hijos e hijas misioneros».
Preside la celebración Monseñor Francisco Múnera Correa, IMC, Arzobispo de Cartagena y Presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana.
Las lecturas se proclaman en italiano y en kiswahili.
A continuación toma la palabra monseñor Afonso Osório, mozambiqueño y recién nombrado obispo auxiliar de la capital, Maputo, quien, en la homilía, nos dice: «Después de los esplendores de la plaza de San Pedro […] nos hemos dirigido a los lugares en los que vivió su día a día san José Allamano: primero hemos estado en Castelnuovo Don Bosco; después estuvimos en el santuario de la Consolata y hoy estamos acá, en la Casa Madre, donde se encuentra su tumba. Es un lugar que nos invita a la pausa, a la oración, a la meditación; un lugar que es también un oasis de relación; es su morada desde la que sigue derramando bendiciones, aliento y consuelo».
Refiriéndose al Evangelio que acabamos de leer (Marcos 16,14), Monseñor Osorio dice: «el último gesto de Jesús, su mandato misionero, lo hace también en un hogar y por ello no es casualidad que vengamos a la casa de Allamano para escuchar de nuevo el mandato “Ve y predica”».
Una casa es siempre un lugar de vida y de encuentros; el lugar en donde religiosos y laicos intentan vivir y dar testimonio de su pasión por la misión. Incluso el “espíritu de familia”, tan importante para Allamano, tiene su origen en el hogar, donde se vive juntos lo cotidiano, y es en el hogar donde podemos “ser extraordinario en lo ordinario”.
«Para vivir la santidad –concluye el obispo– recomencemos entonces desde nuestras casas, desde las relaciones, desde las pequeñas cosas».
Hoy los Misioneros de la Consolata han crecido mucho… ellos se fueron de Turín hace más de cien años y eran casi todos piamonteses, mientras que ahora vienen de muchas partes del mundo.
Y para subrayar esta “universalidad” se pregunta el obispo: «¿Dónde se produjo el milagro? No en Turín, ni en Roma, ni en una gran ciudad, sino en una pequeña comunidad indígena de la Amazonia».
Esta universalidad propia de la familia de José Allamano nos la recuerda también la oración de los fieles que es leída en varios idiomas: inglés, portugués, francés, kiswahili, italiano y español.
La celebración continúa, animada por el coro italiano dirigido por el padre Sergio en un ambiente que es de gran fiesta. Hay alegría, hay ganas de vivirlo todos juntos, procedentes de tantas naciones y pueblos de los cuatro continentes, pero en armonía.
Sor Lucia Bortolomasi, Madre General de las Misioneras de la Consolata, toma finalmente la palabra, con su voz dulce pero firme: «Es aquí donde queremos expresar nuestro agradecimiento a Dios y a la Consolata, por este inmenso don que es San José Allamano. Queremos daros las gracias a todos vosotros, amigos, porque habéis estado cerca de nosotros durante estos días festivos, y también porque, de distintas maneras, nos acompañáis en nuestra misión. Un agradecimiento muy especial a nuestros misioneros que están enfermos y ofrecen cada día sus oraciones y su sufrimiento a Dios por el anuncio del Evangelio y para apoyarnos. Ellos nos dan la fuerza».
Y añade: «Queremos hacerle un regalo especial a San José Allamano. Queremos entregarle nuestro compromiso de vivir esa santidad que él siempre nos señaló. Ser presencias humildes, sencillas, de consuelo, en la vida de cada día».
El Padre James Lengarin, Superior General de los misioneros, visiblemente feliz, casi eufórico, también expresó su agradecimiento: «Estoy aquí para dar las gracias a todas las personas que han puesto en marcha esta maquinaria organizativa. Todo ha salido bien, ¿verdad?». Y arranca un aplauso para el comité organizador. «Los 35 países del mundo en los que estamos presentes estuvieron representados en este momento de celebración tan especial. Somos una gran familia y nos queremos».
Su agradecimiento alcanza a este punto a la archidiócesis de Turín, donde nacimos y de donde partimos y que en el tiempo nos ha sostenido en nuestros esfuerzo y empeño misionero; a los misioneros fallecidos que siguen formando parte de esta gran familia y nos ayudaron a ser lo que somos hoy; a la Región Europa y a la Casa Madre; a todos los hermanos obispos que han participado y representan aquellas iglesias locales en donde los Misioneros de la Consolata han contribuido a escribir la historia.
Y termina con un caluroso agradecimiento a todos los peregrinos: «todos somos miembros de esta familia. Partamos de este santo; llevemos consuelo al mundo y seamos sembradores de esperanza».
Con las palabras del Padre James, la celebración termina, pero la fiesta continúa: los peregrinos se agolpan ante la tumba de San José Allamano, para un saludo, una oración y para llevarse a la casa una foto con él. Desde hoy hay un santo en la familia.
* Marco Bello, revista Missioni Consolata.